DE LOS CUESTIONAMIENTOS A LA
FUNDAMENTACIÓN DE LA CIENTIFICIDAD DE LA HISTORIA
Oscar Panty
Neyra. Ponencia al V Congreso Nacional de Historia. Lima, 6 al 10 de agosto de
2012.
RESUMEN
Desde la época de Heródoto de Halicarnaso hasta la
actualidad, el propósito por el logro del status científico de la historia ha
seguido un complicado curso de avances y retrocesos teórico-metodológicos.
Algunos trabajaron por su objetividad con el manejo adecuado de las fuentes;
otros la redujeron a un saber de apariencias e intereses, o la presentaron como
narrativa para el entretenimiento; incluso no faltaron quienes negaron
significado a sus contenidos. Nuestra ponencia tiene por objetivos: Deslindar
conceptualmente con la reacción que cuestiona la cientificidad de la historia; y,
reconocer los aportes de las tendencias contemporáneas Historia a debate, Historia
Crítica y del Marxismo fundante, para la construcción de la historia como ciencia.
Finalmente concluimos: El manejo de criterios epistemológicos, metodológicos y
axiológicos, es condición básica para avanzar de una actividad empírica
historizante, descriptiva y vulnerable por las ideologías, a una historia que
se construye como disciplina científica.
Palabras claves: Historia científica, objetividad, postmodernidad.
ABSTRAC
From
the time of Herodotus of Halicarnassus to the present, in order to achieve the
scientific status of History. It has had a complicated route of progress and
theoretical methodological setbacks. Some people worked for its objectivity
with the management of the sources, others reduced it to knowledge of
appearances and interests, or presented it as a narrative for entertaining,
there were those who refused even the meaning to its contents. Our paper aims
to: Conceptually demarcate the reaction that questions the sciencie of history
and recognize the contributions of contemporary trends “Discussed History”, “Critical
History” and Founding Marxism”, for the formation of history as a science. Finally
we conclude: Managing epistemological, methodological and axiological criteria,
is a basic condition for progress from an empirical historicizing activity,
descriptive and vulnerable because of ideologies to a history that is formed as
a scientific discipline.
Cue words: Scientific history,
Objectivity, post modernity
I
DE LOS REPAROS TRADICIONALES A LA CIENTIFICIDAD DE LA
HISTORIA
No obstante que la disciplina de la historia ha ganado
cientificidad en el curso de los siglos, persisten los cuestionamientos
antihistóricos por parte de quienes ven en el desarrollo sistemático de esta
disciplina -y en las denominadas
ciencias sociales-, un peligro para los intereses de las élites. Si con
las ciencias de la naturaleza y la matemática se buscó y se tiene el poder del
conocimiento, pero en manos de las élites, con la historia y las ciencias
sociales se busca la extensión del uso y beneficio de ese poder generalizado a
toda la sociedad, lo que necesariamente implica establecer relaciones entre el
conocimiento de la realidad y la democratización del Estado y la sociedad. Esto
con el sustento de una teoría para el cambio social, más allá del estrecho
marco del funcionalismo de las élites.
Lo cierto es que el desarrollo de la historia y las
ciencias sociales resulta peligroso para las clases dominantes y sus agentes. Ellos mismos se han
encargado de poner de relieve el carácter revolucionario de las funciones de
las ciencias sociales, en tanto éstas contribuyen a elevar el
nivel de conciencia de los individuos y los pueblos. De aquí que se pueda
comprender el por qué de las avanzadas del cientismo positivista por persistir
en poner en duda la cientificidad de la historia y de las ciencias sociales; o
en negarlas totalmente, reduciéndolas a simples relatos plagados de subjetividades, al extremo de sostener que
en la sociedad, a diferencia de la naturaleza, todos los fenómenos son
singulares y únicos; por lo que aquí, tratándose de humanidades, corresponde el
empleo del método de la singularización, de manera que no se puede hacer
ciencia. Contrariamente se sostiene que sólo en el campo de las ciencias
naturales se puede utilizar el método de la generalización y formular leyes.
Así es como se llega a rendir culto ciego a las ciencias naturales, incluyendo
el culto irracional al número y las fórmulas matemáticas.
Los avances en el trabajo científico de la disciplina
histórica han sido sumamente accidentados. “Ninguna disciplina ha sido mas
alabada ni más criticada que el estudio de la historia (...). En diversas
épocas a la historia se le ha asignado una posición predominante o degradada en
la jerarquía de las ciencias. Hoy se puede admirar la precisión y la
sofisticación cada vez mayores, de los métodos usados por los historiadores”.
(Topolsky 1983:13). Efectivamente en los tiempos contemporáneos son los
exponentes de la concepción materialista de la historia los mayores aportantes
a la fundamentación científica de la disciplina. Igualmente los representantes
de la Escuela de los Annales y del estructuralismo
con sus propuestas metodológicas. No obstante, los neopositivistas y los postmodernistas
insisten con sus cuestionamientos al
carácter científico de la historia.
Una versión sintética de los cuestionamientos de todos
los tiempos a la historia como ciencia, la podemos encontrar en la relación de
reparos que el historiador británico Edward Carr inserta y comenta en su
obra ¿Qué es la historia?: “1) La
historia se ocupa solamente de lo particular en tanto que la ciencia estudia lo
general; 2) La historia no enseña nada; 3) La historia no puede pronosticar; 4)
La historia es forzosamente subjetiva porque el hombre se está observando a si
mismo; 5) La historia, a diferencia de la ciencia, implica problemas de
religión y de moralidad” (Carr 1985: 83-84)
1.
“LA HISTORIA SE OCUPA SOLAMENTE DE LO PARTICULAR EN TANTO QUE LA CIENCIA
ESTUDIA LO GENERAL”
Este es el cuestionamiento central que se genera con los
griegos de la época clásica, cuando la élite idealista antepuso la episteme (ciencia) a la doxa (opinión), siendo esta última la
expresión de un seudoconocimiento por particular, subjetivo, limitado en su
desarrollo y carente de fundamentación. Así empezó la discriminación con la
versión aristotélica que la poesía era más filosófica y universal que la
historia; argumentando que aquella se proyectaba a lo general de las ideas,
mientras que la historia se quedaba en lo particular de las cosas. Una versión
que ignoró el trabajo riguroso de Heródoto con el método crítico-inquisitivo,
ampliando el horizonte de investigación (historia), obviamente con las
limitaciones propias de la época y del carácter pionero de su labor. La
historia de la historiografía ha registrado que antes de Heródoto y después de
él y sus seguidores, Tucídides y Jenofonte, el relato de los acontecimientos
fue parcialmente real-objetivo, parcialmente ficticio-subjetivo, además de
ciertas sujeciones a concepciones mítico-religiosas, personalidades y
gobiernos.
No se desconoce algunos intentos, aunque aislados pero
meritorios, por forjar una historia crítica y por superar lo particular en la
época grecorromana (Tito Livio, Tácito y Marcelino), durante el medioevo (los
italianos precursores del renacimiento y el rey español Alfonso X), y en los
tiempos modernos de mayores adelantos metodológicos (bolendinos y maurinos), donde destaca Jean Mabillon, cuya obra De re diplomática, publicada en 1681,
representa, según Marc Bloch, “el momento decisivo en la historia del método
crítico” (Bloch, Marc. 1957: 67).
A comienzos del siglo XVIII el napolitano Giambattista
Vico escribe la Scienza Nuova,
cuando los discursos de Galileo y Descartes imperaban fundamentando que el
único saber válido era el de la ciencia natural y la matemática. Entonces Vico
habrá de argumentar que al lado de la vieja ciencia natural está la nueva
ciencia de la historia, conceptuada ya no como una narración amena de
acontecimientos, sino como conocimiento de procesos del “curso natural de las
cosas humanas”, con lo que Vico asume la actitud del investigador que se rige
por el principio de totalidad, el mismo
que refiere que unos hechos o fenómenos se relacionan con otros formando
totalidades. De manera que en un estudio riguroso, ni los hechos o fenómenos
son comprensibles sin la totalidad, ni ésta es comprensible sin aquellos
componentes que se relacionan entre sí.
Después de Vico, ya en los tiempos contemporáneos, la
aparición de los grandes sistemas filosóficos y metarrelatos habrá de abonar la
percepción totalista; aunque la influencia de algunos no siempre fue
auspiciosa, como el positivismo y el relativismo Spengleriano. Pero el caso es
que el cuestionamiento que “la historia sólo se ocupa de lo particular y no
puede avanzar en la generalización”, se acentuó en el siglo XX y se proyecta en
el siglo XXI. La narrativa de acontecimientos con abstracción de los procesos y
contextos sociales, restringidos en la explicación causal y que no toman en
cuenta las tendencias y regularidades en la historia, dan lugar al
cuestionamiento en referencia.
Esta actitud de persistir en una visión fragmentada en la
historia ¿O es que obedece a limitaciones de método y de formación (empírica o
académica), o es que se pone de por medio compromisos elitistas que van desde
lo material hasta lo ideológico? El punto de partida de esta situación
controversial lo puso Aristóteles. Después otros, intencionadamente o no, se
han encargado de atizarla.
Edward Carr nos recuerda: “El mismo uso del lenguaje
compete al historiador, así como al científico, a generalizar. La guerra del
Peloponeso y la segunda Guerra Mundial fueron muy distintas, y ambas fueron
únicas. Pero el historiador llama guerras a las dos sin que proteste por ello
más que el pedante”. (ob. Cit. 85). Vale decir que el historiador generaliza a
estos dos conflictos armados (como que también pudo agregar otros al ejemplo),
y los generaliza con el denominador común de guerras. Y es que Carr nos dice
que el historiador “no esta realmente interesado en lo único, sino en lo que
hay de general en lo único”. De aquí que es falsa la afirmación que la historia
o el historiador sólo se ocupa de lo particular. El buen historiador, el que
actúa como científico, avanza de lo particular a lo general. Como expresa Carr,
lo que distingue al historiador del recopilador de datos, así como lo que
distingue al científico natural del coleccionista de especímenes, es
precisamente la generalización. Pero no se trata de una generalización
apresurada, con datos superficiales, sino de una generalización como resultado
de comparación de hechos, explicación causal, interpretación y comprobación, a
efectos de llegar a conclusiones y por último formular regularidades o tendencias
debidamente sustentadas.
La generalización esta relacionada con las funciones
generales de la ciencia: descripción y explicación. La historia como disciplina
social, con el marco teórico y el instrumental metodológico que sustenta su
trabajo de investigación científica, cumple con tales funciones al dar
respuesta al ¿Cómo es y por qué es así el hecho X?. Si por ejemplo, se trata de
describir y explicar las huelgas del magisterio peruano de la década del 90, a finales del siglo XX,
entonces se procede a establecer los condicionamientos que determinan sus
particularidades, diferencias y aspectos comunes respecto unas de otras; sus
momentos de auge y de declinación; la conducta de los huelguistas; la respuesta
de los gobiernos; las reivindicaciones alcanzadas y las que siguen pendientes;
las vinculaciones del movimiento huelguístico con el contexto social y su
aislamiento. Estos aspectos y otros que se pueden destacar deben conducirnos a
unas primeras conclusiones, para que finalmente converjan en una
generalización, como el enunciado que ensayamos: El movimiento huelguístico del
magisterio de la última década del siglo XX exhibe en su haber un éxito
relativo.
2.
“LA HISTORIA
NO ENSEÑA NADA”
Frente al cuestionamiento que “la historia no enseña
nada” o que “nada se puede aprender de ella”, se ha generado una abundante
literatura a favor de su importancia y de la fundamentación de su didáctica en
la enseñanza-aprendizaje. En rigor, durante el largo periodo pre científico,
los trabajos de historia se desarrollaron siguiendo una orientación pragmática.
Se buscó establecer en los hechos los preceptos morales y cívicos para la vida
en sociedad, o también inducir a derivarlos de los mismos hechos. Célebre es la
expresión ciceroniana magistra vitae,
unida a la recomendación que el historiador debe buscar la lumen veritatis. En el periodo científico la investigación
científica se orienta definidamente a la búsqueda de la verdad de los hechos.
Carr afirma que el problema de la generalización en la
historia está estrechamente ligado a sus enseñanzas: “lo que realmente importa
de la generalización es que por su conducta tratamos de aprender de la
historia, y de aplicar la lección deducida de un conjunto de acontecimientos a
otro conjunto de acontecimientos: cuando generalizamos, estamos, aun sin
saberlo, tratando de hacer precisamente eso”. (Ob. Cit.: 89-90). Finalmente
Carr sostiene: “La función de la historia es la de estimular una más profunda
comprensión tanto del pasado como del presente, por su comparación recíproca”.
(ob. Cit.: 91)
Por nuestra parte agregamos que la generalización
debidamente fundamentada, con información suficiente y con el manejo del método
científico, puede convertirse en teoría y en leyes que irán enriqueciendo la
estructura de la ciencia. De los contenidos de esta estructura se puede deducir
enseñanzas y aplicaciones para la vida social. La experiencia histórica enseña
a comprender el presente por el pasado; a comparar situaciones pasadas con las
presentes y a proceder a la solución de las contradicciones sociales con
conocimiento de causa. En estos casos la historia cumple con la función de
aplicación de la ciencia.
3.
“LA
HISTORIA NO PUEDE PRONOSTICAR”
Al cuestionamiento que “la historia no pronostica”, o que
“no puede prever el futuro”, o que “esta impedida de predecir acontecimientos”,
se le antepone diversos hechos observados distinguiendo lo general de lo
específico, lo universal de lo singular. En este sentido Carr advierte que las
leyes científicas “son de hecho afirmaciones de tendencias, afirmaciones de lo
que ocurrirá en igualdad de condiciones”, no en los casos concretos. Por
ejemplo, la ley de la gravedad no asegura el caso que una manzana caerá al
suelo, porque alguien puede adelantarse a cogerla de la rama y depositarla en
un cesto. Otro tanto puede ocurrir con la ley de la óptica, cuando por la
intervención de algún elemento, el rayo de luz que se transmite en línea recta
se refracta o sufre una difracción. Estas variaciones fenoménicas por los
imprevistos o por lo casual ha motivado a que los científicos muestren
preferente atención sobre “las probabilidades de que se verifiquen los
acontecimientos”; es decir la ciencia actual se preocupa por investigar las
orientaciones generales, tendencias o regularidades de los fenómenos.
En el campo social, donde los hechos resultan más
complicados que los del campo físico, su generalización nos lleva a establecer
probabilidades o tendencias, más que
leyes. Porque los seres humanos, que son los protagonistas de los hechos, no se
comportan de manera rígida o mecánica, sino que su inteligencia y sus estados
psicológicos condicionan la variación de los mismos. Entonces, como asevera el
historiador británico, la generalización “aporta orientaciones generales para
la acción ulterior, las cuales, aunque no predicciones específicas, son válidas
a la vez que útiles.” (Ob. cit.:96). No se pronostica acontecimientos
específicos en el campo de lo social e histórico, pero a partir de ciertas
situaciones sociales observadas, se
puede deducir probabilidades de acontecimientos que nos sirven de “guía para la
acción” y de “clave para la comprensión de cómo suceden las cosas”.
En consecuencia, en el campo social e histórico, no es el
caso que algo debe suceder necesariamente, por ejemplo, una revolución en
Argentina en el mes que viene, sino más bien hacer notar que las condiciones en
Argentina son tales que puede haber una revolución en el futuro, si es que
alguien no hace algo por el cambio de actitudes en la población, partiendo de
analogías con otras revoluciones. En este caso la historia cumple con la
función general de la predicción científica no pronosticando hechos
específicos, sino señalando orientaciones fundamentales.
4.
“LA HISTORIA ES
FORZOSAMENTE SUBJETIVA PORQUE EL HOMBRE SE ESTA OBSERVANDO A SÍ MISMO”
El cuestionamiento es sostenido por quienes mantienen una
visión entrampada en la falsa dicotomía ciencias naturales – ciencias sociales,
no pudiendo admitir que la metódica de éstas últimas de rudimentaria en el
pasado, en cuyas aplicaciones y resultados campeaba la opinión, ha evolucionado
por obra de las “vanguardias investigativas” que auto exigieron mayor rigor en
sus procedimientos y mayor sustento en sus explicaciones. La historia a partir
del siglo XIX con los aportes del positivismo, el materialismo histórico y la
reflexión estructural, va superando ostensiblemente las limitaciones y
debilidades de un saber enciclopédico, pre científico y de opiniones, como
muchas otras ciencias.
Es cierto que hay subjetividad en el conocimiento social
y particularmente histórico, también es cierto que la subjetividad no es
privativa, ni absoluta, ni
exclusivamente de las ciencias sociales. La subjetividad está presente en todo
proceso de conocimiento desde el momento que en la relación sujeto-objeto, el
sujeto tiene una participación activa. Vale decir el sujeto cognoscente no sólo
es receptivo del cómo aparece el objeto, sino que en el propósito de conocerlo
más ampliamente toma la iniciativa de examinarlo, indagando, buscando y
estableciendo relaciones entre los elementos constitutivos del objeto y
relaciones del mismo objeto respecto a otros objetos. Así es como el sujeto
cognoscente se plantea interrogantes e hipótesis acerca de los contenidos del
objeto; establece inferencias y formula probabilidades, en el proceso del
conocimiento, con lo cual ya está vivenciando la imaginación, la suposición, la
proyección, en suma la subjetividad. Si el sujeto en la relación cognitiva se
quedara sólo en actitud de elemento pasivo, meramente receptivo, entonces no
podría avanzar en el conocimiento más profundo y más complejo del objeto. En
general es evidente la existencia de la subjetividad en el proceso del
conocimiento. Existe en tanto existe el sujeto y en cuanto este se apoya en
ella en el acto del conocer. Pero lo que se tiene que hacer es diferenciar la
buena de la mala subjetividad. Se entiende que la mala subjetividad distorsiona
la verdad del conocimiento. Y esto es precisamente lo criticable en la
historiografía tradicional; una narrativa carente de sustento científico que
aún persiste y da lugar a los cuestionamientos
de la subjetividad en sus productos y en quienes ofician de historiadores,
como veremos a continuación:
*Se cuestiona las narrativas parcializadas que presentan
discursos tendientes a poner de relieve situaciones favorables a ciertos
intereses, o a enaltecer personajes que aparecen simbolizando valores o
detentando capacidades extraordinarias para modelar acontecimientos con roles
protagónicos, en todo lo cual los cultores de esta historiografía coparticipan
de las teorías idealizadoras de la gran personalidad, o de los grupos de elite,
estimulando el culto fetichista.
*Otro es el caso de las narrativas pretendidamente
“históricas” que hacen abstracción de acontecimientos halagüeños, y a las que,
con fines de entretenimiento, se les adiciona elementos fantasiosos de la
tradición y de la propia imaginación de quien relata. Estos “contenidos
temáticos”, anecdotarios en toda su extensión, por mucho tiempo han pasado como
“verdaderas” historias locales. Tanto en este caso como en el anterior, el
auténtico historiador controla la subjetividad donde pasa a la narrativa que
guarda relación con los hechos concretos.
*Se objeta que el historiador, por ser individuo como los
demás, se ubica en determinado espacio y tiempo con sus aspiraciones,
intereses, creencias políticas, religiosas y filosóficas, además de su
pertenencia a determinado grupo o clase social; tales condiciones afectan la
objetividad de su trabajo. Sin embargo se advierte que tal objeción no es
válida cuando el historiador obra con actitud científica.
*Se cuestiona también que el historiador no puede
observar directamente el hecho objeto de
su investigación, porque éste ya es pasado, en consecuencia se agrega que no se
puede estudiar el pasado desde el presente y con ideas del presente, más aun,
de este cuestionamiento se deriva como lo anota Mario Bunge: “a) el pasado
realmente existió; b) el pasado ha dejado de existir y no se lo puede resucitar
o “reproducir” (contrariamente a lo que creía Collingwood); c) el pasado es
diferente del presente, al menos en algunos aspectos; d) la historia humana
sólo puede terminar con la extinción de nuestra especie; e) partes del pasado
pueden conocerse (reconstruirse), al menos parcialmente; y f) toda
reconstrucción histórica es conjetural y por consiguiente imperfecta; pero g)
toda descripción histórica es perfectible a la luz de nuevos datos, técnicas y
enfoques; y h) algunas reconstrucciones tienen componentes permanentes, por lo
que todo el mundo puede basarse en algunos hallazgos historiográficos a la vez
que corrige o descarta otros, razón por la cual los historiadores pueden hacer
y de hecho hacen progresos (Bunge, 1999: 286).
De este modo el cuestionamiento se relativiza en la
medida que la historia avanza de lo tradicional empírico a lo científico. Mario
Bunge que reconoce el manejo del método
científico en la historia contemporánea ha llegado a afirmar que “la historia
es presumiblemente la más rigurosa de las ciencias sociales”, en tanto en ésta
“se tiene en tan alta estima la verdad fáctica”, consecuentemente cuida de
orientar su actividad por el ideal de objetividad.
5.
“LA HISTORIA, A DIFERENCIA DE
LA CIENCIA,
IMPLICA PROBLEMAS DE RELIGIÓN Y MORALIDAD”
Como respuesta a la primera parte de este último
cuestionamiento se establece que la historia, en tanto disciplina que se
construye científicamente, no mantiene ni contempla vínculos con la religión
para resolver problemas del conocimiento de su objeto de estudio; más bien la
historia recurre al aporte teórico-metodológico de diversas ciencias,
incluyendo la filosofía como saber racional, crítico e interpretativo. En este
punto, Edward Carr admite la idea que “un buen astrónomo, igual que “un buen
historiador”, puede creer en un Dios que ordene y de sentido al universo, como
también a la historia; luego agrega, no puede creer que la divinidad cambie a
su antojo el curso de un planeta, o posponga un eclipse, o altere las normas
del juego cósmico. En el mismo sentido se expresa del “buen historiador” que
“no puede creer en una divinidad al estilo del Antiguo Testamento, que
interviene en la matanza de los amalequitas, o que hace trampas con el
calendario, alargando las horas de sol en beneficio de los ejércitos de Josué.”
(Ob. cit. :100)
Para su perfeccionamiento científico, la historia recurre
a la relación interdisciplinaria que se realiza en el campo de la ciencia,
incluyendo el soporte lógico, epistemológico y metodológico en su
construcción. Otro es el caso de las narrativas seudo históricas o cuasi históricas
que mezclan hechos humanos con “hechos extrahumanos” aceptados por la fe, sin
la necesaria explicación causal, al margen de la ciencia.
Respecto a la segunda parte del cuestionamiento que “la
historia, a diferencia de la ciencia, implica problemas de moralidad”, se
observa que lo complicado y ambiguo de la situación en referencia también
compromete a la ciencia en general. Y es que la moral no se puede excluir de
ninguna de las ramas de la ciencia, incluyendo a las tecnologías. No hay
independencias ni neutralidades de ningún tipo. Todos, ciencias y científicos,
tecnologías y tecnólogos, tienen responsabilidad con los resultados de su
investigación y aplicación. Todos guardan relación con la condición humana en
el mundo. Entonces realistamente, sin juicios arbitrarios ni exclusiones, se
debe admitir que la labor de la ciencia en general implica problemas de
moralidad que afectan a la condición humana.
De manera que el problema no es que la historia en
particular ni la ciencia en general se inmiscuyan en los asunto de moralidad.
El problema es saber reconocer la moralidad y ubicarse en ella como que es una
dimensión de la sociedad humana, es decir, la moralidad es un orden de valores y deberes en un grupo social o en
una sociedad, con el cual se desenvuelve y se regula la conducta de la
membresía. La moralidad es una condición del hacer y del deber ser del
sujeto-humano en la sociedad y en el mundo: el sujeto-humano como ser
multidimensional activo (económico, social, político, racional, cultural,
etc.), sabe qué hace y cómo lo hace, sabe qué debe hacer y qué debe evitar,
sabe quién lo hace o quién es el autor del acto. Consecuentemente, se ratifica
que la historia y las ciencias en general, por ser actos humanos realizados
intencionadamente, no se pueden sustraer de la moralidad. El problema es,
ahora, como tratar su relación con la moralidad.
En la etapa pre-científica, los historiadores extremaron
sus juicios morales sobre la vida privada de los personajes de sus narraciones.
Las biografías escritas por los helénicos y las hagiografías y pasiones
escritas por lo medievales, abordaron con exagerado detalle los hábitos, vicios
y virtudes de gobernantes héroes y santos. Se buscaba destacar los valores
morales para que sirvieran de ejemplo; pero, por otra parte, por la afectividad
acentuada con la que se procedía, se
sacrificaba la crítica y la verdad.
Con el desarrollo de la disciplina científica, el
historiador va limitando sus juicios sobre los actos de la vida privada; más
bien los emite sólo en la medida que tales actos afecten a los acontecimientos
históricos. Sobre este aspecto el historiador Edward Carr se pronuncia de modo
categórico: “Rechacemos pues la noción que hace del historiador un juez de
horca y cuchillo y pasemos al problema, más arduo pero más provechoso, de los
juicios morales, no ya acerca de individuos, sino de acontecimientos,
instituciones, o políticas del pasado. Estos son los juicios importantes del
historiador; y los que insisten con tanto fervor en la condena moral de los
individuos, aportan a veces sin saberlo una coartada a grupos y sociedades
enteras”. (Ob. cit. : 105). Sobre esto último Carr es reiterativo al señalar varios casos en los que las
responsabilidades sobre desastres y errores de carácter social se cargan a
ciertos individuos, exonerando a sus contextos; individuos que pertenecen al
pasado, sujetos concretos en la historia, con quienes no se debe proceder en
los términos con que se procede con los
sujetos concretos del presente. Más bien el historiador debe enjuiciar el
resultado de sus actos en el marco de los condicionamientos témporo espaciales:
“No sentenciará al esclavista. Pero ello no quita para que condene a la
sociedad esclavista.” (Ibid: 106).
Otros aspectos que destaca Edward Carr en la historia
“como proceso de lucha”, son los
resultados que se califican de buenos o malos, y que constituyen el logro de
unos grupos a expensas de otros, siendo los perdedores los que pagan. Esto es
lo que suele denominar “el costo del progreso”, “el precio de la revolución” o
“el precio de la innovación”. Por ejemplo, la revolución industrial ha sido
descrita y explicada puntualizando los cambios que generó
en el desarrollo de la producción y la productividad, y los avances en las
comunicaciones y transportes. También han sido tratados los problemas de
expulsión de los campesinos de sus tierras, las condiciones deprimentes y de
explotación de los trabajadores en las fábricas, incluyendo la explotación del
trabajo de las mujeres y menores de edad. Finalmente la revolución
industrial queda justificada, aunque no
siempre de manera explícita, “como una gran hazaña acarreadora de progreso”.
En realidad un enfoque pragmático, el mismo que signa el carácter de los
juicios morales respectivos.
Casos similares al anterior encontramos en los enfoques sobre los proceso
de colonización en Asia y África; además en las relaciones entre países
imperialistas y países atrasados, donde el bien de unos (los dominadores) se
alcanza con el sufrimiento de los otros (los dominados). Sobre estos enfoques
Carr llega a expresar que los historiadores hacen gala de laxitud cuando tales
colonizaciones y acciones imperialistas, por parte de los Estados occidentales,
se justifican “por sus efectos inmediatos en la economía mundial”, se entiende
favorables a las economías
imperialistas; pero también se justifican “por sus consecuencias a largo
plazo para los pueblos atrasados”, como cuando se expresa: “La India
contemporánea es hija de la dominación británica”, o que “la China es producto
del imperialismo occidental mestizado con el influjo de la revolución rusa”.
Aquí, como se puede observar, entra en juego la tesis del mal menor y del mayor
bien.
El problema de la moralidad que afecta a la condición
humana es, evidentemente, complicado; y lo es aún más cuando los ideólogos
postmodernos ficcionan con conductas ubicadas” más allá del bien y del mal”.
Pero la construcción científica de la disciplina histórica está replanteado
dilucidar el problema a partir de la comprensión del hombre y su contexto. Se
trata de un estudio en permanente actualización sobre la influencia del
contexto en el hombre y viceversa. Se trata, consecuentemente, de reconocer el
carácter históricamente condicionado de los valores morales, más aún de todo tipo
de valores, para luego proceder a la emisión de los
juicios correspondientes.
II
LA ACTITUD
NIHILISTA DEL POSTMODERNISMO EN LA
HISTORIA
La introducción del postmodernismo como
modelo de reflexión en el campo de la disciplina histórica a fines del Siglo
XX, ha constituido un serio cuestionamiento al trabajo de la historia, pero
también ha provocado una reacción entre los profesionales de la disciplina
orientada al replanteamiento del concepto de historia total, su fundamentación
epistemológica y metodológica, y el compromiso social del historiador.
1.LA
NEGACIÓN DE LA HISTORIA
TOTAL, LA
OBJETIVIDAD Y EL TIEMPO
HISTÓRICO.
Empezando por el principio de totalidad, se constata que
el postmodernismo niega la posibilidad de la historia total como el gran
metarrelato de acontecimientos que se articulan entre si formando procesos de
manera secuencial. El postmodernismo recusa a los metarrelatos estructuralista,
marxista y de la historia socioeconómica, partiendo de la noción que la
realidad es fragmentaria, heterogénea y plural. En esta perspectiva Deleuze
habrá de afirmar que “la historia
mundial es una historia de contingencia”; una historia de acontecimientos no
necesariamente secuenciales, en cuyo estudio o investigación la explicación
causal no es el procedimiento metodológico a seguir, sino la descripción más
densa posible del acontecimiento que se agota en si mismo, impidiendo el avance
hacia las generalizaciones que nos ponen en la vía del trabajo científico.
La historiografía de orientación postmoderna fomenta una
amplia gama de estudios de las instituciones, las situaciones de género, las
mentalidades, los rituales, las costumbres, la marginalidad, la sexualidad, el
poder en todas las instancias, desde la relación interpersonal hasta lo político; en suma, no una historia global o total,
sino varias historias particulares con énfasis en la vida cotidiana. Si se
acepta esta singularización de trabajos presumiblemente independientes,
entonces ya no es posible tratar sobre generalizaciones con secuencias para
avanzar en el establecimiento de tendencias y leyes de explicación histórica.
La objetividad es el otro principio en cuestión. El
postmodernismo niega toda aproximación a la objetividad del conocimiento histórico sobre la base
presupuestal que cada historiador tiene su particular percepción del hecho
histórico, consecuentemente cada uno tiene su verdad. A esto se agrega el
supuesto que el conocimiento histórico se expresa con la intermediación del
lenguaje, que es una invención humana; por consiguiente el conocimiento
histórico resulta siendo otra invención. Recuérdese que Derrida sostuvo que el
habla y la escritura son ambiguos, y no necesariamente transmiten lo que
queremos decir. En esta misma línea la historiadora Joan Wallach Scott describe
su acercamiento postmodernista a la historia: “El conocimiento que producimos
es contextual, relativo, abierto a la revisión y al debate, y nunca absoluto
(...) No se niega la parcialidad y la particularidad de la historia, y por
extensión de todos los acontecimientos que los historiadores nos relatan”.
(glosado por Land 2006).
Quienes trabajan por el desarrollo científico de la
disciplina histórica, no niegan la presencia de la subjetividad, pero de lo que
se trata es de ganar más objetividad en la construcción del conocimiento
histórico.
Por otra parte, el postmodernismo niega el tiempo
histórico. Frente a la noción moderna del tiempo lineal (que va del pasado al
futuro con la unión del presente), irreversible, medible y predecible, el
postmodernismo antepone un tiempo relativo según los contextos sociales, tiempo
que es ambiguo, reversible, aleatorio, incurrente; un “tiempo atemporal” que el
sociólogo postmodernista Miguel Castells describe como una mezcla de tiempos
asecuenciales en la “sociedad red”, sociedad de la información global, la misma
que condiciona la vida de los individuos a través de inclusiones y exclusiones
de funciones en ámbitos temporales y espaciales diferentes. La eliminación de
la secuencia genera la sensación de una dilatación del tiempo presente
cancelando el futuro. “La pérdida de la conciencia colectiva de la duración
implica la conciencia colectiva del no-cambio, lo cual conduce
fenomenológicamente hacia el no-cambio real, hacia la perpetuación de un cierto
orden establecido. Un claro síntoma de ello es la creciente esterilización del
vocabulario del que hacen gala estas nuevas historiografías, donde los
conceptos relativos a la conflictividad social han dejado su lugar a una
peligrosa “neutralidad”, al nuevo conservadurismo de lo “políticamente
correcto” (Vidal Jiménez. 1999).
2. EL FIN DE LA HISTORIA
El futuro no existe,
solo el ahora, es la afirmación postmodernista. Si el futuro no existe, entonces no es posible el progreso, no es
justificable seguir alentando cambios sociales ni proyectos
de transformación revolucionaria de la realidad social. Con
la sociedad red capitalista global,
la historia ha llegado a su fin.
Una tesis que empieza compartiendo la noción del fin de
la historia como “la perpetuación del orden establecido” o la “continuidad
social indefinida”, es la que Francis
Fukuyama plantea en su ensayo El fin
de la historia (1989), que después se convirtió en el libro El fin de la historia y el último hombre. Fukuyama, declarado
defensor del sistema de democracia liberal y de la economía capitalista,
diferenció las sociedades históricas de las sociedades posthistóricas,
aseverando que el sistema de democracia liberal se había establecido en las
sociedades posthistóricas como el “punto final de la evolución ideológica, como
la forma final de gobierno”, se entiende sus referencias a Estados Unidos y los
megaestados capitalistas. Fukuyama fue explícito en señalar que las sociedades
históricas “aún están en el fango de la historia”, pero su futuro lo pueden
observar en los megaestados. Asimismo, sobre el fin de la historia, fue
concluyente: “La historia ha llegado al final. Nada hay que hacer en la
historia. Nada hay que cambiar en la realidad. El mundo posthistórico
continuará indefinidamente”.
Fukuyama en el curso de los años ha ido adaptando su
tesis en el género “historia mundial”. Al cumplirse el décimo aniversario
de la publicación de su ensayo El fin de la historia, Fukuyama
escribió un artículo para sus críticos, donde expresa: “Para ellos, expondré mi
balance final: nada de lo que ha sucedido en la política o en la economía
mundiales en los últimos diez años contradice en mi opinión, la conclusión de
que la democracia liberal y la economía de mercado son las únicas alternativas
viables para la sociedad actual”. Luego agrega que sus críticos no
comprendieron que su enfoque de la historia lo hacía “en un sentido hegeliano y
marxista de evolución progresiva de las instituciones políticas y económicas”,
teniendo en cuenta como fuerzas motrices la evolución de las ciencias naturales
y tecnología y la lucha por el reconocimiento de los derechos. “Después de todo
–afirma-, yo nunca planteé que todos los países alcanzarían una democracia a
corto plazo, solo que había una lógica de la evolución en la historia humana
que conduciría a los países más avanzados hacia la democracia y los mercados
liberales”. Declaraciones con los que pretende su “desmarcado” del
postmodernismo.
Francis Fukuyama, nacido en Chicago (1952), se
desempeñaba como funcionario del Departamento de Estado norteamericano cuando
escribió el texto de su tesis “El fin de
la historia”. Actualmente cuenta con varias obras, entre ellas Trust: La confianza; La gran ruptura; El
fin del hombre: Consecuencias de la revolución biotecnológica; además La construcción del Estado: Hacia un nuevo
orden mundial en el siglo XXI. En esta última obra refiere que la mayoría
de los países se está adaptando a la democracia liberal. Asimismo plantea que
es necesario el fortalecimiento de las instituciones estables en los países
pobres para asegurar la construcción de las democracias en el siglo XXI.
En conclusión, la orientación postmodernista en la
historia, se distingue por el rechazo a la historia total o los metarrelatos en
tanto constituyen interpretaciones que orientan la práctica social; como
discurso histórico refleja las dislocaciones y fragmentaciones de la vida social
generados por la ideología de la postmodernidad asociada con el fenómeno de la
globalización del capital. Pero este discurso histórico también promueve y
legitima tales dislocaciones y fragmentaciones, desde el momento que niega los
principios de democracia, libertad y justicia social que inspiraron y rigieron
la construcción de la modernidad y sus instituciones. El discurso histórico
postmoderno legitima la concepción no conflictual de la sociedad, orientada a
generar la ilusión de vivir en paz; ilusión de la libertad, la ilusión del
diálogo y la reconciliación. El discurso histórico postmoderno es una
invitación a la renuncia a la explicación causal; al aislamiento de las
ciencias sociales, afectando al trabajo interdisciplinario, y a la negativa de la
idea de progreso.
III
TENDENCIAS ACTUALES POR
EL TRABAJO HISTÓRICO CIENTÍFICO
Identificamos
a Historia a Debate e Historia Crítica, como tendencias que laboran por la
recuperación de la disciplina histórica, luego de la ilusión postmodernista.
Historia a Debate reúne a un importante número de historiadores mediante el
sistema red; ellos proceden de diversas vertientes ideológicas, pero con el
anhelo de forjar un paradigma común y plural para los historiadores que
pretenden cambiar la historia que se escribe y cambiar la historia humana,
según declaración expresa en su Manifiesto del año 2001. Historia Crítica es la
otra tendencia que recoge el legado del marxismo fundacional o clásico, pero
que también asimila el aporte teórico-metodológico de la historia contemporánea
en la perspectiva de construir una historia científica; crítica e
interpretativa. Asimismo, se advierte la labor de historiadores de filiación
marxista, quienes, luego de la experiencia fallida de los socialismos
históricos, buscan en el marxismo fundante los recursos para contribuir al desarrollo de
la ciencia histórica, a la vez que deslindan con los “vulgarizadores” y
“distorsionadores” de la teoría de Marx en el materialismo histórico.
1.HISTORIA A DEBATE
Es una tendencia historiográfica que constituye una respuesta de deslinde
con el activismo postmodernista subjetivista y los remanentes del positivismo objetivista,
planteando la recuperación de la autonomía histórica, pero al mismo tiempo la apertura disciplinaria a las
innovaciones teórico-metodológicas, lo que le da un carácter plural. Historia a Debate aparece con el primer Congreso
Internacional de Historia desarrollado en Santiago de Compostela (España), en
1993, cuando la última generación de la Escuela de los Annales sucumbía ante los encantos del postestructuralismo y postmodernismo. Temas
centrales de dicho congreso fueron el papel de las “nuevas historias”, surgidas
en los años 70, y las implicancias de la tesis de “el fin de la historia” en el
ámbito de las teorías de la historia. Después en 1999, se realizó un Segundo
Congreso Internacional de Historia a Debate, mucho más impactante que el
primero. Se retoma temas historiográficos relativos a las décadas antecedentes,
con los que se refleja, por una parte, diversas posiciones políticas e
ideológicas de los participantes, pero también, por otra parte, la
disconformidad con la historiografía anterior y las preocupaciones por
recuperar la visión totalizadora de la sociedad. El historiador español Gonzalo
Pasamar que comenta sobre los resultados de este segundo congreso registrados
en las actas correspondientes, expresa: “La filosofía histórica de referencia
es bastante plural y esta marcada por muchos matices. Podemos hablar desde
posiciones marxista-leninistas hasta la teoría del campo de experiencia y
“horizonte de expectativa” del historiador y filósofo Reinhandt Koselleck,
pasando por abundantes referencias a la historia de la sociedad”. El mismo
Pasamar destaca las referencias favorables al postestructuralismo por parte de
Antonio Garcia León, cuando sostiene que “no existe una frontera clara entre el
discurso de ficción y las diversas formas del relato histórico”; o la defensa
de la importancia de la “metaficción historiográfica” por Pedro A. Piedras, un
género emparentado con la novela histórica e influido por la crítica literaria
postmoderna. Pero Pasamar destaca también las ponencias sobre el compromiso
social del historiador, la historia total en tiempos de globalización, la
discutida “microhistoria” y la
enseñanza de la historia. (Pasamar 2000).
Después del
Segundo Congreso y como resultado del mismo, aparece la publicación en red del
Manifiesto Historia a Debate, el 11 de setiembre del 2001, en el cual la
tendencia ratifica su propósito de configurar “un paradigma común y plural de
los historiadores del siglo XXI”. De este Manifiesto que contiene 18 propuestas
metodológicas, historiográficas y epistemológicas, glosamos las siguientes:
* “Ha llegado la hora de que la historia ponga al día su
concepción de ciencia abandonando el objetivismo ingenuo heredado del
positivismo, sin caer en el radical subjetivismo resucitado por la corriente
postmoderna a finales del siglo XX”.
*“Una nueva erudición que se apoya con decisión en el
conocimiento no basado en fuentes que aporta el investigador. La historia se
hace con ideas, hipótesis, explicaciones e interpretaciones, que nos ayudan
además a construir/descubrir las fuentes”.
*“La aceleración histórica de la última década ha
reemplazado el debate sobre el “fin de la historia” por el debate sobre los
fines de la historia”.
*“El primer compromiso político de los historiadores
debería ser reivindicar, ante la sociedad y el poder, la función ética de la
historia, de las humanidades y de las ciencias sociales, en la educación, de
los ciudadanos y en la formación de las conciencias comunitarias”.
Historia a
Debate es un grupo de profesionales de historia vinculados a través del sistema
red, empeñado en destacar el compromiso social del historiador y los fines y
utilidad de la historia como ciencia y, relativamente plural y flexible en sus
convicciones respecto de la continuidad de la sociedad capitalista, lo que los
diferencia de los otros historiadores de tendencia crítica y marxista. Su
principal promotor y coordinador del grupo, el español Carlos Barros, se autoreconoce que políticamente viene del
marxismo, pero historiográfica y académicamente ha sido un fruto de Annales. Es
decir que en su propia declaración indica que no asimiló la concepción
materialista de la historia, sino que optó por una tercera posición.
2. LA HISTORIA CRÍTICA.
Otra tendencia que trabaja por
la construcción científica de la disciplina histórica es la denominada
“historia crítica” impulsada por el mexicano Carlos Antonio Aguirre Rojas (1955), el norteamericano Inmanuel Wallernstein (1930) y el
británico Eric Hobsbawm (1917).
Aguirre Rojas en su Antimanual del mal
historiador o como hacer una buena historia crítica (obra para cuestionar
las ideas sobre lo que es y debería ser la historia), sostiene que el hecho de
explicar “...por qué la historia que aconteció lo hizo de esa forma y no de
otra –una tarea primordial del historiador crítico– implica demostrar las otras
diversas formas en que pudo haber acontecido, explicando a su vez las razones
por las cuales, finalmente, no se impuso ninguna de esas otras formas,
igualmente posibles, pero al fin de cuentas no actualizadas” (Aguirre Rojas
2002: 42). Con tales ideas Aguirre Rojas formula la siguiente noción de
historia crítica “... una historia vista desde el ángulo de totalidad, con perspectiva
dialéctica, que recorrerá ágilmente los niveles de la totalización sucesiva del
tema investigado, a la vez que disolverá toda positividad o afirmación
histórica en su caducidad negativa y en su lado malo, para hacer saltar siempre
el carácter contradictorio y dialéctico de los problemas que aborda”. (Ob.cit:
62)
La propuesta
de una historia crítica, siguiendo el texto en referencia, tiene sus orígenes
en la coyuntura de 1848-1870, con el proyecto fundacional marxista, del cual
obtiene el siguiente legado:
a).El desarrollo de una ciencia de la historia que en la
investigación de los acontecimientos y procesos establezca regularidades,
defina tendencias y formule leyes. b).El reconocimiento de los actores
colectivos de la historia. c).La relación entre las condiciones materiales de
existencia y los fenómenos de la “conciencia y las sensibilidades sociales”. d).Las
conexiones entre el hecho y las totalidades que la condicionan y determinan. e).La
visión dialéctica de hechos y procesos sociales, f) La actividad crítica y
contestataria frente a los otros discursos.
La historia crítica en su trabajo científico abierto y
siempre perfectible, reconoce también los aportes innovadores de la corriente
annalista (1929-1968), tales como:
a).El método comparativo que al determinar tendencias y
regularidades entre los hechos y procesos, conduce a la elaboración de leyes
explicativas. b).La concepción de la realidad única y multidimensional que
fundamenta la historia global. c).La historia-problema, momento culminante y
punto de partida. d).La historia abierta o en construcción, enriquecida con el
aporte de las ciencias sociales. e).El análisis histórico de los tres niveles
del tiempo; acontecimiento, coyuntura y estructura.
Asimismo
rescata el aporte de la “historia de las mentalidades” de la cuarta generación
de los annales; la reconstrucción de una historiografía desde la perspectiva de
las clases populares, que promociona la historia marxista y socialista
británica; la microhistoria generada en Italia y el paradigma de la unidad
planetaria del sistema – mundo capitalista.
Con el
propósito de sistematizar el trabajo histórico con orientación crítica, Aguirre
Rojas pone en cuestión siete actitudes erráticas del historiador, que revelan
una labor carente de cientificidad: El positivismo que se limita a la actividad
erudita, sin pasar a la explicación y la interpretación históricas; igualmente
el anacronismo, la noción del tiempo lineal y la limitable idea de progreso;
además la actitud acrítica frente a los hechos; el mito repetido de la búsqueda
de la objetividad y la neutralidad y, la
concepción del postmodernismo nihilizador.
Tanto
Aguirre Rojas como Wallernstein y Hobsbawm promueven la historia científica,
crítica y comprometida con las demandas del presente; en esta perspectiva
abordan los grandes intereses económicos colectivos, los grandes movimientos
sociales, las diferentes expresiones de la lucha de clases y las diversas
expresiones de la cultura popular en relación a los contextos que son sus
condicionantes. Los tres historiadores han asumido la noción del tiempo
social-histórico compuesto por múltiples duraciones, vale decir tiempo complejo
diverso y variable que supera al tiempo lineal, constante y siempre idéntico, propio
de la mentalidad positivista. De aquí su periodización de los siglos históricos
sustituyendo a los siglos cronológicos, de acuerdo a la duración de los
procesos históricos. Por ejemplo el corto o breve siglo XX determinado por el
proyecto de construcción del socialismo que se inicia entre 1914-1917 con el
triunfo de la revolución rusa, y concluye en 1984-1991 con la caída del muro de
Berlín y el fin de la Unión Soviética. A su vez el largo siglo XX que comprende
el tiempo de la hegemonía capitalista norteamericana desde 1870 hasta
probablemente 2030 o 2050, según las tendencias de duración de este fenómeno.
Aguirre
Rojas, además del Antimanual ya
citado, ha escrito América Latina en la
encrucijada, Retratos para la historia; Chiapas, Planeta Tierra; La
historiografía en el siglo XX. Asimismo dirige la revista Contrahistorias.
Inmanuel
Wallernstein, ha escrito Crítica del
Sistema-mundo capitalista; El
moderno sistema mundial (3t.); El
futuro de la civilización capitalista; Utopística,
opciones históricas al siglo XXI.
Una de sus tesis principales es que el Estado-nación o sociedad nacional no
debe ser la unidad de análisis para explicar los fenómenos sociales, más bien
el sistema-mundo es el marco pertinente. Tesis que nos remite a la economía
–mundo de Braudel como el sistema económico y cultural influyente en una enorme
área geográfica.
Desde la
vertiente marxista Wallernstein ha sido criticado porque no pone de relieve la
lucha de las clases sociales y su variante política. Más bien, el sociólogo
norteamericano dirige su atención a las relaciones entre naciones centrales y
semiperiféricas, las primeras que explotan económicamente a las segundas.
Eric Hobsbawm se destaca por su tetralogía: La era de la revolución 1780-1848, La era del capital 1848-1875, La era del
Imperio 1875-1914, La era de los extremos. El corto siglo XX 1914-1991.
Además Años interesantes, una vida en el
siglo XX. Desde su filiación marxista contempló la crisis de la política
ciudadana al culminar el siglo XX, llegando a expresar en un reportaje que a
eso que seguimos llamando política, tal vez haya dejado de serlo y que, en el
siglo XXI, haya que aprender como se puede hacer política de una nueva forma.
“Del mismo modo que algunos se equivocaron al afirmar que la historia había
terminado, no quiero equivocarme también yo diciendo que la política ha
terminado. Pero creo que la despolitización de grandes masas de ciudadanos es
un serio peligro porque puede producir su moralización de formas totalmente
ajenas al modus operandi de cualquier tipo de política democrática” (Barletta
2006).
Evidentemente que la afirmación del historiador crítico
es universal, y se cumple en nuestro medio fatalmente. Ciudadanos inconclusos,
sin formación política, entre improvisados, oportunistas y lumpenescos, están
incursionando en esta actividad que es la administración del Estado, como si se
tratar de un “negocio” de ocasión. El resultado es la instauración de
“gobiernos” de advenedizos, presentistas y no representativos de los objetivos sociales
y nacionales, lo que a todas luces vulnera o posterga la construcción de la
denominada “gran transformación”. La preocupación de Hobsbawm, común a todos
los historiadores críticos, nos lleva a replantear la educación ciudadana y la
profesionalización de la política.
3. HISTORIADORES LATINOAMERICANOS DE LA VERTIENTE DEL
MARXISMO FUNDANTE.
Nos referimos a los profesionales que hacen pública su
filiación marxista, independiente de quienes asumieron el materialismo
histórico oficial durante la Unión Soviética y los otros Estados del socialismo
burocrático, y que más bien optaron por una crítica respecto al dogmatismo y el
revisionismo. Actualmente, frente a la escalada postmodernista, vienen
aportando una historia alternativa con la convicción que la hacen a favor de
los que nunca la escribieron; porque en esencia
la historia se ha escrito por mandato de los vencedores (se entiende
opresores), por ser el discurso oficial que justifica el orden establecido.
Renán Vega
Cantor, colombiano, en su ensayo Teoría
Marxista de la historia, expresa de manera categórica: “Conviene aclarar
que se trata de diferenciar entre la concepción de Marx y Engels, la tradición
del marxismo clásico, y la de los vulgarizadores que esclerotizaron la teoría
de Marx. La diferencia es significativa, pues hay quienes sostienen que, a raíz
de los sucesos de Europa Oriental, todo el pensamiento marxista de Carlos Marx
en adelante, ha demostrado su fracaso y que, por consiguiente, como paradigma
teórico ha muerto. Así olímpicamente se despacha el pensamiento original del
fundador del Materialismo Histórico confundiéndolo con el del marxismo vulgar o
catequístico, como si fueran idénticos y como si Marx no hubiera nada que
decirle al mundo actual” (2006). Vega Cantor tiene entre otras obras a Marx y la historia después del fin de la
historia.
Roberto
López Sánchez, venezolano, copartícipe del marxismo fundante, sostiene:
“El marxismo no es un dogma sino una guía para la acción (...). Pero es
imprescindible partir de los postulados teóricos originales, al momento de
cualquier debate sobre el socialismo”. (López 2006a). Sostiene también que cada
época histórica y cada interés de clase influye
de diversas maneras en la forma de orientar los estudios históricos, lo
que condiciona la objetividad del conocimiento. Argumenta en su ensayo sobre Historia y objetividad: “Cualquier
proyecto de desarrollo político, económico social y cultural para nuestros
países no puede seguirse fundamentando en la visión histórica que la burguesía
instituyó durante ciento cincuenta años, pues es obvio que las conclusiones de
esa historia esta destinada a garantizar la continuidad de la dominación
económica y la opresión política sobre las grandes mayorías sociales”. (López
2006). López es autor de El protagonismo
popular en la historia de Venezuela; además de Una perspectiva actual del socialismo.
Luis Vitale, argentino nacionalizado chileno, por su identificación
socialista sufrió prisión y torturas por orden del gobierno golpista del
General Pinochet. Vitale se dedicó extensamente a la historia de América Latina
y de Chile. De sus obras citamos: Historia
General de América Latina (9 tomos),
Interpretación marxista de la
historia de Chile, y el importante trabajo sobre aspectos gnoseológicos,
epistemológicos y metodológicos bajo el título Introducción a una teoría de la historia para América Latina. Aquí,
en esta obra, plantea que “las categorías del materialismo histórico, manejados
con un criterio eurocéntrico, deben ser recreadas a la luz de la realidad
latinoamericana”, por lo que procede a efectuar algunas precisiones en el
manejo de las categorías concretas sociedad-naturaleza, modo de producción,
desarrollo desigual y combinado (categoría
que fue el eje epistemológico central en el proceso de elaboración, de
su Historia General de América Latina);
además las categorías plusvalía,
dependencia, clase, sujeto social y Estado-nación. También aborda el
problema de la verdad, el problema de la imposibilidad de establecer leyes en
el desarrollo social al estilo de las ciencias naturales. De aquí su
interrogante ¿Leyes o tendencias de la historia?. Por toda respuesta se inclina
por la búsqueda de las tendencias y regularidades, tales como el desarrollo
multilineal y la lucha de clases.
Luis
Vitale también formula una interesante
periodización de la historia latinoamericana; obviamente contempla la instancia internacional
capitalista. En este aspecto advierte que toda periodización conduce a la
unilateralidad por su aplicación
esquemática, como lo hizo “el dogmatismo sedicente marxista” que
“encasilló” la historia en modos
sucesivos de producción” que “obligadamente debían reconocer todos los
pueblos”. Citando a Lenin expresa: “Ningún marxista ha visto jamás en la teoría de Marx una especie de esquema
filosófico-histórico obligatorio para todos”.
Acotemos
aquí que a inicios de la década del 70 el peruano Virgilio Roel Pineda, en su Esquema de la evolución económica,
diferenció que para Marx el materialismo histórico era un método abierto,
mientras que para Stalin su aplicación era rígida: “se trataba o de interpretar la historia o de adecuarla a los
principios esquemáticos preexistentes” (Roel, 1971: 19). Por su parte Agustín
Barcelli, también de nacionalidad peruana, en el prólogo a su Breve historia económico-social del Perú
(4 vol), refiere que la interpretación unilineal impuesta por Stalin en 1931
(eliminando el modo de producción asiático), determinó que los teóricos del
marxismo “oficial” se expresarán como O. Kousinen: “La totalidad de los pueblos
recorren en líneas generales, un mismo camino (....) mediante una sucesión
consecutiva, sujeta a leyes, de las formaciones económico-sociales.” Contrariamente Barcelli opta por la interpretación
“multilineal”, lo que implica tomar a los modos de producción “como medios de
análisis y no como etapas cronológicas” (Barcelli, 1981:8).
El tiempo ha
pasado, pero las afirmaciones del dogmatismo que las sociedades en su
desarrollo deben seguir necesariamente el curso unilineal de sucesivos modos de
producción, no se han cumplido. Ahí están la sociedad rusa y las sociedades de
otros países de Europa del Este, donde el progreso no ha sido lineal,
ininterrumpido ni irreversible, todo lo contrario. Y esto no hace más que
corroborar que la razón no estaba en la
“interpretación” unilateral de la teoría marxista, sino en la
interpretación multilateral.
OTRAS EXPRESIONES
Otros
estudiosos latinoamericanos cuyo trabajo se ubica en la perspectiva del
marxismo fundante son los argentinos Milciades Peña y Luis Bilbao; los
brasileros J. Luis Marques y Pablo Pozzi; el Venezolano Germán Carrera y el
Mexicano Manuel Aguilar Mora.
Los historiadores en referencia, aún con grandes dificultades por el descrédito de los
socialismos históricos y la distorsión de la teoría, transitan por el nuevo
siglo con sus estudios de análisis y crítica de la sociedad capitalista y con
propuestas para la gran transformación social revolucionaria; porque en el centro
de su praxis está presente el fenómeno y el principio de la lucha de clases. La
historia como totalidad la hacen los
seres humanos que se desarrollan en determinadas condiciones de existencia.
Estos seres humanos ocupan posiciones de clases
en conflicto por la diferencia de intereses, lo que se expresa en la
acción de las clases dominantes que pugnan por mantener el orden establecido y en
las clases dominadas insurgiendo por abolirlo. Para estos historiadores son los
conflictos y las crisis en la sociedad y el Estado del presente, donde se hacen
visibles el desarrollo y los resultados de la lucha de clases, y donde se constituyen
las condiciones objetivas y subjetivas para lo porvenir.
CONCLUSIONES
PRIMERA.-El manejo de criterios epistemológicos, axiológicos y
metodológicos, es condición básica para avanzar de una actividad empírica
historizante, descriptiva y vulnerable por las ideologías, a una historia
que se construye como disciplina científica.
SEGUNDA.-La historia científica, tiene un carácter crítico e interpretativo,
lo que implica una doble dimensión: la interna de su construcción científica,
la externa de su aplicación social.
TERCERA.-La historia científica,
asume una actitud cuestionadora frente a la “era del capitalismo
globalizado” y su ideología “la postmodernidad”, promueve un discurso con
nuevas herramientas para una mejor aprehensión del pasado, y pre anuncia la
construcción de un futuro a favor de la condición humana.
BIBLIOGRAFÍA
Aguirre
Rojas, Carlos Antonio (2002). Antimanual
del mal historiador o cómo hacer una buena historia crítica. México.
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Vitale,Luis
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