domingo, 4 de noviembre de 2012


DE LOS CUESTIONAMIENTOS A  LA FUNDAMENTACIÓN DE LA CIENTIFICIDAD DE LA HISTORIA

Oscar Panty Neyra. Ponencia al V Congreso Nacional de Historia. Lima, 6 al 10 de agosto de 2012.
RESUMEN
Desde la época de Heródoto de Halicarnaso hasta la actualidad, el propósito por el logro del status científico de la historia ha seguido un complicado curso de avances y retrocesos teórico-metodológicos. Algunos trabajaron por su objetividad con el manejo adecuado de las fuentes; otros la redujeron a un saber de apariencias e intereses, o la presentaron como narrativa para el entretenimiento; incluso no faltaron quienes negaron significado a sus contenidos. Nuestra ponencia tiene por objetivos: Deslindar conceptualmente con la reacción que cuestiona la cientificidad de la historia; y, reconocer los aportes de las tendencias contemporáneas Historia a debate, Historia Crítica y del Marxismo fundante, para la construcción de la historia como ciencia. Finalmente concluimos: El manejo de criterios epistemológicos, metodológicos y axiológicos, es condición básica para avanzar de una actividad empírica historizante, descriptiva y vulnerable por las ideologías, a una historia que se construye como disciplina científica.

Palabras claves: Historia científica, objetividad, postmodernidad.

ABSTRAC
From the time of Herodotus of Halicarnassus to the present, in order to achieve the scientific status of History. It has had a complicated route of progress and theoretical methodological setbacks. Some people worked for its objectivity with the management of the sources, others reduced it to knowledge of appearances and interests, or presented it as a narrative for entertaining, there were those who refused even the meaning to its contents. Our paper aims to: Conceptually demarcate the reaction that questions the sciencie of history and recognize the contributions of contemporary trends “Discussed History”, “Critical History” and Founding Marxism”, for the formation of history as a science. Finally we conclude: Managing epistemological, methodological and axiological criteria, is a basic condition for progress from an empirical historicizing activity, descriptive and vulnerable because of ideologies to a history that is formed as a scientific discipline.
Cue words: Scientific history, Objectivity, post modernity
I
DE LOS REPAROS TRADICIONALES A LA CIENTIFICIDAD DE LA HISTORIA
No obstante que la disciplina de la historia ha ganado cientificidad en el curso de los siglos, persisten los cuestionamientos antihistóricos por parte de quienes ven en el desarrollo sistemático de esta disciplina -y en las denominadas  ciencias sociales-, un peligro para los intereses de las élites. Si con las ciencias de la naturaleza y la matemática se buscó y se tiene el poder del conocimiento, pero en manos de las élites, con la historia y las ciencias sociales se busca la extensión del uso y beneficio de ese poder generalizado a toda la sociedad, lo que necesariamente implica establecer relaciones entre el conocimiento de la realidad y la democratización del Estado y la sociedad. Esto con el sustento de una teoría para el cambio social, más allá del estrecho marco del funcionalismo de las élites.

Lo cierto es que el desarrollo de la historia y las ciencias sociales resulta peligroso para las clases  dominantes y sus agentes. Ellos mismos se han encargado de poner de relieve el carácter revolucionario de las funciones de las ciencias sociales, en tanto éstas contribuyen a elevar el nivel de conciencia de los individuos y los pueblos. De aquí que se pueda comprender el por qué de las avanzadas del cientismo positivista por persistir en poner en duda la cientificidad de la historia y de las ciencias sociales; o en negarlas totalmente, reduciéndolas a simples relatos plagados  de subjetividades, al extremo de sostener que en la sociedad, a diferencia de la naturaleza, todos los fenómenos son singulares y únicos; por lo que aquí, tratándose de humanidades, corresponde el empleo del método de la singularización, de manera que no se puede hacer ciencia. Contrariamente se sostiene que sólo en el campo de las ciencias naturales se puede utilizar el método de la generalización y formular leyes. Así es como se llega a rendir culto ciego a las ciencias naturales, incluyendo el culto irracional al número y las fórmulas matemáticas.

Los avances en el trabajo científico de la disciplina histórica han sido sumamente accidentados. “Ninguna disciplina ha sido mas alabada ni más criticada que el estudio de la historia (...). En diversas épocas a la historia se le ha asignado una posición predominante o degradada en la jerarquía de las ciencias. Hoy se puede admirar la precisión y la sofisticación cada vez mayores, de los métodos usados por los historiadores”. (Topolsky 1983:13). Efectivamente en los tiempos contemporáneos son los exponentes de la concepción materialista de la historia los mayores aportantes a la fundamentación científica de la disciplina. Igualmente los representantes de la Escuela de los Annales  y del estructuralismo con sus propuestas metodológicas. No obstante, los neopositivistas y los postmodernistas insisten  con sus cuestionamientos al carácter científico de la historia.

Una versión sintética de los cuestionamientos de todos los tiempos a la historia como ciencia, la podemos encontrar en la relación de reparos que el historiador británico Edward Carr inserta y comenta en su obra  ¿Qué es la historia?: “1) La historia se ocupa solamente de lo particular en tanto que la ciencia estudia lo general; 2) La historia no enseña nada; 3) La historia no puede pronosticar; 4) La historia es forzosamente subjetiva porque el hombre se está observando a si mismo; 5) La historia, a diferencia de la ciencia, implica problemas de religión y de moralidad” (Carr 1985: 83-84)

1.      “LA HISTORIA SE OCUPA SOLAMENTE DE LO PARTICULAR EN TANTO QUE LA CIENCIA ESTUDIA LO GENERAL”

Este es el cuestionamiento central que se genera con los griegos de la época clásica, cuando la élite idealista antepuso la episteme (ciencia) a la doxa (opinión), siendo esta última la expresión de un seudoconocimiento por particular, subjetivo, limitado en su desarrollo y carente de fundamentación. Así empezó la discriminación con la versión aristotélica que la poesía era más filosófica y universal que la historia; argumentando que aquella se proyectaba a lo general de las ideas, mientras que la historia se quedaba en lo particular de las cosas. Una versión que ignoró el trabajo riguroso de Heródoto con el método crítico-inquisitivo, ampliando el horizonte de investigación (historia), obviamente con las limitaciones propias de la época y del carácter pionero de su labor. La historia de la historiografía ha registrado que antes de Heródoto y después de él y sus seguidores, Tucídides y Jenofonte, el relato de los acontecimientos fue parcialmente real-objetivo, parcialmente ficticio-subjetivo, además de ciertas sujeciones a concepciones mítico-religiosas, personalidades y gobiernos.

No se desconoce algunos intentos, aunque aislados pero meritorios, por forjar una historia crítica y por superar lo particular en la época grecorromana (Tito Livio, Tácito y Marcelino), durante el medioevo (los italianos precursores del renacimiento y el rey español Alfonso X), y en los tiempos modernos de mayores adelantos metodológicos (bolendinos y maurinos), donde destaca Jean Mabillon, cuya obra De re diplomática, publicada en 1681, representa, según Marc Bloch, “el momento decisivo en la historia del método crítico” (Bloch, Marc. 1957: 67).

A comienzos del siglo XVIII el napolitano Giambattista Vico escribe la Scienza Nuova, cuando los discursos de Galileo y Descartes imperaban fundamentando que el único saber válido era el de la ciencia natural y la matemática. Entonces Vico habrá de argumentar que al lado de la vieja ciencia natural está la nueva ciencia de la historia, conceptuada ya no como una narración amena de acontecimientos, sino como conocimiento de procesos del “curso natural de las cosas humanas”, con lo que Vico asume la actitud del investigador que se rige por el principio de totalidad,  el mismo que refiere que unos hechos o fenómenos se relacionan con otros formando totalidades. De manera que en un estudio riguroso, ni los hechos o fenómenos son comprensibles sin la totalidad, ni ésta es comprensible sin aquellos componentes que se relacionan entre sí.

Después de Vico, ya en los tiempos contemporáneos, la aparición de los grandes sistemas filosóficos y metarrelatos habrá de abonar la percepción totalista; aunque la influencia de algunos no siempre fue auspiciosa, como el positivismo y el relativismo Spengleriano. Pero el caso es que el cuestionamiento que “la historia sólo se ocupa de lo particular y no puede avanzar en la generalización”, se acentuó en el siglo XX y se proyecta en el siglo XXI. La narrativa de acontecimientos con abstracción de los procesos y contextos sociales, restringidos en la explicación causal y que no toman en cuenta las tendencias y regularidades en la historia, dan lugar al cuestionamiento en referencia.

Esta actitud de persistir en una visión fragmentada en la historia ¿O es que obedece a limitaciones de método y de formación (empírica o académica), o es que se pone de por medio compromisos elitistas que van desde lo material hasta lo ideológico? El punto de partida de esta situación controversial lo puso Aristóteles. Después otros, intencionadamente o no, se han encargado de atizarla.

Edward Carr nos recuerda: “El mismo uso del lenguaje compete al historiador, así como al científico, a generalizar. La guerra del Peloponeso y la segunda Guerra Mundial fueron muy distintas, y ambas fueron únicas. Pero el historiador llama guerras a las dos sin que proteste por ello más que el pedante”. (ob. Cit. 85). Vale decir que el historiador generaliza a estos dos conflictos armados (como que también pudo agregar otros al ejemplo), y los generaliza con el denominador común de guerras. Y es que Carr nos dice que el historiador “no esta realmente interesado en lo único, sino en lo que hay de general en lo único”. De aquí que es falsa la afirmación que la historia o el historiador sólo se ocupa de lo particular. El buen historiador, el que actúa como científico, avanza de lo particular a lo general. Como expresa Carr, lo que distingue al historiador del recopilador de datos, así como lo que distingue al científico natural del coleccionista de especímenes, es precisamente la generalización. Pero no se trata de una generalización apresurada, con datos superficiales, sino de una generalización como resultado de comparación de hechos, explicación causal, interpretación y comprobación, a efectos de llegar a conclusiones y por último formular regularidades o tendencias debidamente sustentadas.

La generalización esta relacionada con las funciones generales de la ciencia: descripción y explicación. La historia como disciplina social, con el marco teórico y el instrumental metodológico que sustenta su trabajo de investigación científica, cumple con tales funciones al dar respuesta al ¿Cómo es y por qué es así el hecho X?. Si por ejemplo, se trata de describir y explicar las huelgas del magisterio peruano de la década del 90, a finales del siglo XX, entonces se procede a establecer los condicionamientos que determinan sus particularidades, diferencias y aspectos comunes respecto unas de otras; sus momentos de auge y de declinación; la conducta de los huelguistas; la respuesta de los gobiernos; las reivindicaciones alcanzadas y las que siguen pendientes; las vinculaciones del movimiento huelguístico con el contexto social y su aislamiento. Estos aspectos y otros que se pueden destacar deben conducirnos a unas primeras conclusiones, para que finalmente converjan en una generalización, como el enunciado que ensayamos: El movimiento huelguístico del magisterio de la última década del siglo XX exhibe en su haber un éxito relativo.

2.      LA HISTORIA NO ENSEÑA NADA”
Frente al cuestionamiento que “la historia no enseña nada” o que “nada se puede aprender de ella”, se ha generado una abundante literatura a favor de su importancia y de la fundamentación de su didáctica en la enseñanza-aprendizaje. En rigor, durante el largo periodo pre científico, los trabajos de historia se desarrollaron siguiendo una orientación pragmática. Se buscó establecer en los hechos los preceptos morales y cívicos para la vida en sociedad, o también inducir a derivarlos de los mismos hechos. Célebre es la expresión ciceroniana magistra vitae, unida a la recomendación que el historiador debe buscar la lumen veritatis. En el periodo científico la investigación científica se orienta definidamente a la búsqueda de la verdad de los hechos.

Carr afirma que el problema de la generalización en la historia está estrechamente ligado a sus enseñanzas: “lo que realmente importa de la generalización es que por su conducta tratamos de aprender de la historia, y de aplicar la lección deducida de un conjunto de acontecimientos a otro conjunto de acontecimientos: cuando generalizamos, estamos, aun sin saberlo, tratando de hacer precisamente eso”. (Ob. Cit.: 89-90). Finalmente Carr sostiene: “La función de la historia es la de estimular una más profunda comprensión tanto del pasado como del presente, por su comparación recíproca”. (ob. Cit.: 91)

Por nuestra parte agregamos que la generalización debidamente fundamentada, con información suficiente y con el manejo del método científico, puede convertirse en teoría y en leyes que irán enriqueciendo la estructura de la ciencia. De los contenidos de esta estructura se puede deducir enseñanzas y aplicaciones para la vida social. La experiencia histórica enseña a comprender el presente por el pasado; a comparar situaciones pasadas con las presentes y a proceder a la solución de las contradicciones sociales con conocimiento de causa. En estos casos la historia cumple con la función de aplicación de la ciencia. 

3.      LA HISTORIA NO PUEDE PRONOSTICAR”
Al cuestionamiento que “la historia no pronostica”, o que “no puede prever el futuro”, o que “esta impedida de predecir acontecimientos”, se le antepone diversos hechos observados distinguiendo lo general de lo específico, lo universal de lo singular. En este sentido Carr advierte que las leyes científicas “son de hecho afirmaciones de tendencias, afirmaciones de lo que ocurrirá en igualdad de condiciones”, no en los casos concretos. Por ejemplo, la ley de la gravedad no asegura el caso que una manzana caerá al suelo, porque alguien puede adelantarse a cogerla de la rama y depositarla en un cesto. Otro tanto puede ocurrir con la ley de la óptica, cuando por la intervención de algún elemento, el rayo de luz que se transmite en línea recta se refracta o sufre una difracción. Estas variaciones fenoménicas por los imprevistos o por lo casual ha motivado a que los científicos muestren preferente atención sobre “las probabilidades de que se verifiquen los acontecimientos”; es decir la ciencia actual se preocupa por investigar las orientaciones generales, tendencias o regularidades de los fenómenos.

En el campo social, donde los hechos resultan más complicados que los del campo físico, su generalización nos lleva a establecer probabilidades o tendencias,  más que leyes. Porque los seres humanos, que son los protagonistas de los hechos, no se comportan de manera rígida o mecánica, sino que su inteligencia y sus estados psicológicos condicionan la variación de los mismos. Entonces, como asevera el historiador británico, la generalización “aporta orientaciones generales para la acción ulterior, las cuales, aunque no predicciones específicas, son válidas a la vez que útiles.” (Ob. cit.:96). No se pronostica acontecimientos específicos en el campo de lo social e histórico, pero a partir de ciertas situaciones  sociales observadas, se puede deducir probabilidades de acontecimientos que nos sirven de “guía para la acción” y de “clave para la comprensión de cómo suceden las cosas”.

En consecuencia, en el campo social e histórico, no es el caso que algo debe suceder necesariamente, por ejemplo, una revolución en Argentina en el mes que viene, sino más bien hacer notar que las condiciones en Argentina son tales que puede haber una revolución en el futuro, si es que alguien no hace algo por el cambio de actitudes en la población, partiendo de analogías con otras revoluciones. En este caso la historia cumple con la función general de la predicción científica no pronosticando hechos específicos, sino señalando orientaciones fundamentales.

4.      LA HISTORIA ES FORZOSAMENTE SUBJETIVA PORQUE EL HOMBRE SE ESTA OBSERVANDO A SÍ MISMO”

El cuestionamiento es sostenido por quienes mantienen una visión entrampada en la falsa dicotomía ciencias naturales – ciencias sociales, no pudiendo admitir que la metódica de éstas últimas de rudimentaria en el pasado, en cuyas aplicaciones y resultados campeaba la opinión, ha evolucionado por obra de las “vanguardias investigativas” que auto exigieron mayor rigor en sus procedimientos y mayor sustento en sus explicaciones. La historia a partir del siglo XIX con los aportes del positivismo, el materialismo histórico y la reflexión estructural, va superando ostensiblemente las limitaciones y debilidades de un saber enciclopédico, pre científico y de opiniones, como muchas otras ciencias.

Es cierto que hay subjetividad en el conocimiento social y particularmente histórico, también es cierto que la subjetividad no es privativa, ni absoluta,  ni exclusivamente de las ciencias sociales. La subjetividad está presente en todo proceso de conocimiento desde el momento que en la relación sujeto-objeto, el sujeto tiene una participación activa. Vale decir el sujeto cognoscente no sólo es receptivo del cómo aparece el objeto, sino que en el propósito de conocerlo más ampliamente toma la iniciativa de examinarlo, indagando, buscando y estableciendo relaciones entre los elementos constitutivos del objeto y relaciones del mismo objeto respecto a otros objetos. Así es como el sujeto cognoscente se plantea interrogantes e hipótesis acerca de los contenidos del objeto; establece inferencias y formula probabilidades, en el proceso del conocimiento, con lo cual ya está vivenciando la imaginación, la suposición, la proyección, en suma la subjetividad. Si el sujeto en la relación cognitiva se quedara sólo en actitud de elemento pasivo, meramente receptivo, entonces no podría avanzar en el conocimiento más profundo y más complejo del objeto. En general es evidente la existencia de la subjetividad en el proceso del conocimiento. Existe en tanto existe el sujeto y en cuanto este se apoya en ella en el acto del conocer. Pero lo que se tiene que hacer es diferenciar la buena de la mala subjetividad. Se entiende que la mala subjetividad distorsiona la verdad del conocimiento. Y esto es precisamente lo criticable en la historiografía tradicional; una narrativa carente de sustento científico que aún persiste y da lugar a los cuestionamientos  de la subjetividad en sus productos y en quienes ofician de historiadores, como veremos a continuación:

*Se cuestiona las narrativas parcializadas que presentan discursos tendientes a poner de relieve situaciones favorables a ciertos intereses, o a enaltecer personajes que aparecen simbolizando valores o detentando capacidades extraordinarias para modelar acontecimientos con roles protagónicos, en todo lo cual los cultores de esta historiografía coparticipan de las teorías idealizadoras de la gran personalidad, o de los grupos de elite, estimulando el culto fetichista.
*Otro es el caso de las narrativas pretendidamente “históricas” que hacen abstracción de acontecimientos halagüeños, y a las que, con fines de entretenimiento, se les adiciona elementos fantasiosos de la tradición y de la propia imaginación de quien relata. Estos “contenidos temáticos”, anecdotarios en toda su extensión, por mucho tiempo han pasado como “verdaderas” historias locales. Tanto en este caso como en el anterior, el auténtico historiador controla la subjetividad donde pasa a la narrativa que guarda relación con los hechos concretos.
*Se objeta que el historiador, por ser individuo como los demás, se ubica en determinado espacio y tiempo con sus aspiraciones, intereses, creencias políticas, religiosas y filosóficas, además de su pertenencia a determinado grupo o clase social; tales condiciones afectan la objetividad de su trabajo. Sin embargo se advierte que tal objeción no es válida cuando el historiador obra con actitud científica.
*Se cuestiona también que el historiador no puede observar directamente el hecho objeto  de su investigación, porque éste ya es pasado, en consecuencia se agrega que no se puede estudiar el pasado desde el presente y con ideas del presente, más aun, de este cuestionamiento se deriva como lo anota Mario Bunge: “a) el pasado realmente existió; b) el pasado ha dejado de existir y no se lo puede resucitar o “reproducir” (contrariamente a lo que creía Collingwood); c) el pasado es diferente del presente, al menos en algunos aspectos; d) la historia humana sólo puede terminar con la extinción de nuestra especie; e) partes del pasado pueden conocerse (reconstruirse), al menos parcialmente; y f) toda reconstrucción histórica es conjetural y por consiguiente imperfecta; pero g) toda descripción histórica es perfectible a la luz de nuevos datos, técnicas y enfoques; y h) algunas reconstrucciones tienen componentes permanentes, por lo que todo el mundo puede basarse en algunos hallazgos historiográficos a la vez que corrige o descarta otros, razón por la cual los historiadores pueden hacer y de hecho hacen progresos (Bunge, 1999: 286).

De este modo el cuestionamiento se relativiza en la medida que la historia avanza de lo tradicional empírico a lo científico. Mario Bunge que reconoce el manejo del  método científico en la historia contemporánea ha llegado a afirmar que “la historia es presumiblemente la más rigurosa de las ciencias sociales”, en tanto en ésta “se tiene en tan alta estima la verdad fáctica”, consecuentemente cuida de orientar su actividad por el ideal de objetividad.

5.       “LA HISTORIA, A DIFERENCIA DE LA CIENCIA, IMPLICA PROBLEMAS DE RELIGIÓN Y MORALIDAD”

Como respuesta a la primera parte de este último cuestionamiento se establece que la historia, en tanto disciplina que se construye científicamente, no mantiene ni contempla vínculos con la religión para resolver problemas del conocimiento de su objeto de estudio; más bien la historia recurre al aporte teórico-metodológico de diversas ciencias, incluyendo la filosofía como saber racional, crítico e interpretativo. En este punto, Edward Carr admite la idea que “un buen astrónomo, igual que “un buen historiador”, puede creer en un Dios que ordene y de sentido al universo, como también a la historia; luego agrega, no puede creer que la divinidad cambie a su antojo el curso de un planeta, o posponga un eclipse, o altere las normas del juego cósmico. En el mismo sentido se expresa del “buen historiador” que “no puede creer en una divinidad al estilo del Antiguo Testamento, que interviene en la matanza de los amalequitas, o que hace trampas con el calendario, alargando las horas de sol en beneficio de los ejércitos de Josué.” (Ob. cit. :100)

Para su perfeccionamiento científico, la historia recurre a la relación interdisciplinaria que se realiza en el campo de la ciencia, incluyendo el soporte lógico,  epistemológico y metodológico en su construcción. Otro es el caso de las narrativas seudo históricas o cuasi históricas que mezclan hechos humanos con “hechos extrahumanos” aceptados por la fe, sin la necesaria explicación causal, al margen de la ciencia.
Respecto a la segunda parte del cuestionamiento que “la historia, a diferencia de la ciencia, implica problemas de moralidad”, se observa que lo complicado y ambiguo de la situación en referencia también compromete a la ciencia en general. Y es que la moral no se puede excluir de ninguna de las ramas de la ciencia, incluyendo a las tecnologías. No hay independencias ni neutralidades de ningún tipo. Todos, ciencias y científicos, tecnologías y tecnólogos, tienen responsabilidad con los resultados de su investigación y aplicación. Todos guardan relación con la condición humana en el mundo. Entonces realistamente, sin juicios arbitrarios ni exclusiones, se debe admitir que la labor de la ciencia en general implica problemas de moralidad que afectan a la condición humana.

De manera que el problema no es que la historia en particular ni la ciencia en general se inmiscuyan en los asunto de moralidad. El problema es saber reconocer la moralidad y ubicarse en ella como que es una dimensión de la sociedad humana, es decir, la moralidad es un orden  de valores y deberes en un grupo social o en una sociedad, con el cual se desenvuelve y se regula la conducta de la membresía. La moralidad es una condición del hacer y del deber ser del sujeto-humano en la sociedad y en el mundo: el sujeto-humano como ser multidimensional activo (económico, social, político, racional, cultural, etc.), sabe qué hace y cómo lo hace, sabe qué debe hacer y qué debe evitar, sabe quién lo hace o quién es el autor del acto. Consecuentemente, se ratifica que la historia y las ciencias en general, por ser actos humanos realizados intencionadamente, no se pueden sustraer de la moralidad. El problema es, ahora, como tratar su relación con la moralidad.

En la etapa pre-científica, los historiadores extremaron sus juicios morales sobre la vida privada de los personajes de sus narraciones. Las biografías escritas por los helénicos y las hagiografías y pasiones escritas por lo medievales, abordaron con exagerado detalle los hábitos, vicios y virtudes de gobernantes héroes y santos. Se buscaba destacar los valores morales para que sirvieran de ejemplo; pero, por otra parte, por la afectividad acentuada  con la que se procedía, se sacrificaba la crítica y la verdad.

Con el desarrollo de la disciplina científica, el historiador va limitando sus juicios sobre los actos de la vida privada; más bien los emite sólo en la medida que tales actos afecten a los acontecimientos históricos. Sobre este aspecto el historiador Edward Carr se pronuncia de modo categórico: “Rechacemos pues la noción que hace del historiador un juez de horca y cuchillo y pasemos al problema, más arduo pero más provechoso, de los juicios morales, no ya acerca de individuos, sino de acontecimientos, instituciones, o políticas del pasado. Estos son los juicios importantes del historiador; y los que insisten con tanto fervor en la condena moral de los individuos, aportan a veces sin saberlo una coartada a grupos y sociedades enteras”. (Ob. cit. : 105). Sobre esto último Carr es reiterativo  al señalar varios casos en los que las responsabilidades sobre desastres y errores de carácter social se cargan a ciertos individuos, exonerando a sus contextos; individuos que pertenecen al pasado, sujetos concretos en la historia, con quienes no se debe proceder en los términos  con que se procede con los sujetos concretos del presente. Más bien el historiador debe enjuiciar el resultado de sus actos en el marco de los condicionamientos témporo espaciales: “No sentenciará al esclavista. Pero ello no quita para que condene a la sociedad esclavista.” (Ibid: 106).

Otros aspectos que destaca Edward Carr en la historia “como  proceso de lucha”, son los resultados que se califican de buenos o malos, y que constituyen el logro de unos grupos a expensas de otros, siendo los perdedores los que pagan. Esto es lo que suele denominar “el costo del progreso”, “el precio de la revolución” o “el precio de la innovación”. Por ejemplo, la revolución industrial ha sido descrita y explicada puntualizando los cambios que generó en el desarrollo de la producción y la productividad, y los avances en las comunicaciones y transportes. También han sido tratados los problemas de expulsión de los campesinos de sus tierras, las condiciones deprimentes y de explotación de los trabajadores en las fábricas, incluyendo la explotación del trabajo de las mujeres y menores de edad. Finalmente la revolución industrial  queda justificada, aunque no siempre de manera explícita, “como una gran hazaña acarreadora de progreso”. En realidad un enfoque pragmático, el mismo que signa el carácter de los juicios morales respectivos.

Casos similares al anterior  encontramos en los enfoques sobre los proceso de colonización en Asia y África; además en las relaciones entre países imperialistas y países atrasados, donde el bien de unos (los dominadores) se alcanza con el sufrimiento de los otros (los dominados). Sobre estos enfoques Carr llega a expresar que los historiadores hacen gala de laxitud cuando tales colonizaciones y acciones imperialistas, por parte de los Estados occidentales, se justifican “por sus efectos inmediatos en la economía mundial”, se entiende favorables a las economías  imperialistas; pero también se justifican “por sus consecuencias a largo plazo para los pueblos atrasados”, como cuando se expresa: “La India contemporánea es hija de la dominación británica”, o que “la China es producto del imperialismo occidental mestizado con el influjo de la revolución rusa”. Aquí, como se puede observar, entra en juego la tesis del mal menor y del mayor bien.

El problema de la moralidad que afecta a la condición humana es, evidentemente, complicado; y lo es aún más cuando los ideólogos postmodernos ficcionan con conductas ubicadas” más allá del bien y del mal”. Pero la construcción científica de la disciplina histórica está replanteado dilucidar el problema a partir de la comprensión del hombre y su contexto. Se trata de un estudio en permanente actualización sobre la influencia del contexto en el hombre y viceversa. Se trata, consecuentemente, de reconocer el carácter históricamente condicionado de los valores morales, más aún de todo tipo de valores,   para luego proceder a la emisión de los juicios correspondientes.

II
LA ACTITUD NIHILISTA DEL POSTMODERNISMO EN LA HISTORIA
La introducción del postmodernismo como modelo de reflexión en el campo de la disciplina histórica a fines del Siglo XX, ha constituido un serio cuestionamiento al trabajo de la historia, pero también ha provocado una reacción entre los profesionales de la disciplina orientada al replanteamiento del concepto de historia total, su fundamentación epistemológica y metodológica, y el compromiso social del historiador.

1.LA NEGACIÓN DE LA HISTORIA TOTAL, LA OBJETIVIDAD Y EL TIEMPO
   HISTÓRICO.

Empezando por el principio de totalidad, se constata que el postmodernismo niega la posibilidad de la historia total como el gran metarrelato de acontecimientos que se articulan entre si formando procesos de manera secuencial. El postmodernismo recusa a los metarrelatos estructuralista, marxista y de la historia socioeconómica, partiendo de la noción que la realidad es fragmentaria, heterogénea y plural. En esta perspectiva Deleuze habrá de afirmar que “la  historia mundial es una historia de contingencia”; una historia de acontecimientos no necesariamente secuenciales, en cuyo estudio o investigación la explicación causal no es el procedimiento metodológico a seguir, sino la descripción más densa posible del acontecimiento que se agota en si mismo, impidiendo el avance hacia las generalizaciones que nos ponen en la vía del trabajo científico.

La historiografía de orientación postmoderna fomenta una amplia gama de estudios de las instituciones, las situaciones de género, las mentalidades, los rituales, las costumbres, la marginalidad, la sexualidad, el poder en todas las instancias, desde la relación interpersonal hasta lo político; en suma, no una historia global o total, sino varias historias particulares con énfasis en la vida cotidiana. Si se acepta esta singularización de trabajos presumiblemente independientes, entonces ya no es posible tratar sobre generalizaciones con secuencias para avanzar en el establecimiento de tendencias y leyes de explicación histórica.

La objetividad es el otro principio en cuestión. El postmodernismo niega toda aproximación a la objetividad  del conocimiento histórico sobre la base presupuestal que cada historiador tiene su particular percepción del hecho histórico, consecuentemente cada uno tiene su verdad. A esto se agrega el supuesto que el conocimiento histórico se expresa con la intermediación del lenguaje, que es una invención humana; por consiguiente el conocimiento histórico resulta siendo otra invención. Recuérdese que Derrida sostuvo que el habla y la escritura son ambiguos, y no necesariamente transmiten lo que queremos decir. En esta misma línea la historiadora Joan Wallach Scott describe su acercamiento postmodernista a la historia: “El conocimiento que producimos es contextual, relativo, abierto a la revisión y al debate, y nunca absoluto (...) No se niega la parcialidad y la particularidad de la historia, y por extensión de todos los acontecimientos que los historiadores nos relatan”. (glosado por Land 2006).

Quienes trabajan por el desarrollo científico de la disciplina histórica, no niegan la presencia de la subjetividad, pero de lo que se trata es de ganar más objetividad en la construcción del conocimiento histórico.

Por otra parte, el postmodernismo niega el tiempo histórico. Frente a la noción moderna del tiempo lineal (que va del pasado al futuro con la unión del presente), irreversible, medible y predecible, el postmodernismo antepone un tiempo relativo según los contextos sociales, tiempo que es ambiguo, reversible, aleatorio, incurrente; un “tiempo atemporal” que el sociólogo postmodernista Miguel Castells describe como una mezcla de tiempos asecuenciales en la “sociedad red”, sociedad de la información global, la misma que condiciona la vida de los individuos a través de inclusiones y exclusiones de funciones en ámbitos temporales y espaciales diferentes. La eliminación de la secuencia genera la sensación de una dilatación del tiempo presente cancelando el futuro. “La pérdida de la conciencia colectiva de la duración implica la conciencia colectiva del no-cambio, lo cual conduce fenomenológicamente hacia el no-cambio real, hacia la perpetuación de un cierto orden establecido. Un claro síntoma de ello es la creciente esterilización del vocabulario del que hacen gala estas nuevas historiografías, donde los conceptos relativos a la conflictividad social han dejado su lugar a una peligrosa “neutralidad”, al nuevo conservadurismo de lo “políticamente correcto” (Vidal Jiménez. 1999).

2. EL FIN DE LA HISTORIA
El  futuro  no  existe, solo el ahora, es la afirmación postmodernista.  Si el futuro no existe, entonces no es  posible el  progreso,  no  es justificable  seguir  alentando  cambios  sociales  ni  proyectos  de transformación  revolucionaria  de   la  realidad  social. Con  la  sociedad  red  capitalista  global,  la historia ha llegado a su fin.
Una tesis que empieza compartiendo la noción del fin de la historia como “la perpetuación del orden establecido” o la “continuidad social indefinida”, es la que Francis Fukuyama plantea en su ensayo El fin de la historia (1989), que después se convirtió en el libro El fin de la historia y el último hombre. Fukuyama, declarado defensor del sistema de democracia liberal y de la economía capitalista, diferenció las sociedades históricas de las sociedades posthistóricas, aseverando que el sistema de democracia liberal se había establecido en las sociedades posthistóricas como el “punto final de la evolución ideológica, como la forma final de gobierno”, se entiende sus referencias a Estados Unidos y los megaestados capitalistas. Fukuyama fue explícito en señalar que las sociedades históricas “aún están en el fango de la historia”, pero su futuro lo pueden observar en los megaestados. Asimismo, sobre el fin de la historia, fue concluyente: “La historia ha llegado al final. Nada hay que hacer en la historia. Nada hay que cambiar en la realidad. El mundo posthistórico continuará indefinidamente”.
Fukuyama en el curso de los años ha ido adaptando su tesis en el género “historia mundial”. Al cumplirse el décimo aniversario de  la publicación de su ensayo El fin de la historia, Fukuyama escribió un artículo para sus críticos, donde expresa: “Para ellos, expondré mi balance final: nada de lo que ha sucedido en la política o en la economía mundiales en los últimos diez años contradice en mi opinión, la conclusión de que la democracia liberal y la economía de mercado son las únicas alternativas viables para la sociedad actual”. Luego agrega que sus críticos no comprendieron que su enfoque de la historia lo hacía “en un sentido hegeliano y marxista de evolución progresiva de las instituciones políticas y económicas”, teniendo en cuenta como fuerzas motrices la evolución de las ciencias naturales y tecnología y la lucha por el reconocimiento de los derechos. “Después de todo –afirma-, yo nunca planteé que todos los países alcanzarían una democracia a corto plazo, solo que había una lógica de la evolución en la historia humana que conduciría a los países más avanzados hacia la democracia y los mercados liberales”. Declaraciones con los que pretende su “desmarcado” del postmodernismo.
Francis Fukuyama, nacido en Chicago (1952), se desempeñaba como funcionario del Departamento de Estado norteamericano cuando escribió el texto de su tesis “El fin de la historia”. Actualmente cuenta con varias obras, entre ellas Trust: La confianza; La gran ruptura; El fin del hombre: Consecuencias de la revolución biotecnológica; además La construcción del Estado: Hacia un nuevo orden mundial en el siglo XXI. En esta última obra refiere que la mayoría de los países se está adaptando a la democracia liberal. Asimismo plantea que es necesario el fortalecimiento de las instituciones estables en los países pobres para asegurar la construcción de las democracias en el siglo XXI.
En conclusión, la orientación postmodernista en la historia, se distingue por el rechazo a la historia total o los metarrelatos en tanto constituyen interpretaciones que orientan la práctica social; como discurso histórico refleja las dislocaciones y fragmentaciones de la vida social generados por la ideología de la postmodernidad asociada con el fenómeno de la globalización del capital. Pero este discurso histórico también promueve y legitima tales dislocaciones y fragmentaciones, desde el momento que niega los principios de democracia, libertad y justicia social que inspiraron y rigieron la construcción de la modernidad y sus instituciones. El discurso histórico postmoderno legitima la concepción no conflictual de la sociedad, orientada a generar la ilusión de vivir en paz; ilusión de la libertad, la ilusión del diálogo y la reconciliación. El discurso histórico postmoderno es una invitación a la renuncia a la explicación causal; al aislamiento de las ciencias sociales, afectando al trabajo interdisciplinario, y a la negativa de la idea de progreso.
III
TENDENCIAS ACTUALES POR EL TRABAJO HISTÓRICO CIENTÍFICO
Identificamos a Historia a Debate e Historia Crítica, como tendencias que laboran por la recuperación de la disciplina histórica, luego de la ilusión postmodernista. Historia a Debate reúne a un importante número de historiadores mediante el sistema red; ellos proceden de diversas vertientes ideológicas, pero con el anhelo de forjar un paradigma común y plural para los historiadores que pretenden cambiar la historia que se escribe y cambiar la historia humana, según declaración expresa en su Manifiesto del año 2001. Historia Crítica es la otra tendencia que recoge el legado del marxismo fundacional o clásico, pero que también asimila el aporte teórico-metodológico de la historia contemporánea en la perspectiva de construir una historia científica; crítica e interpretativa. Asimismo, se advierte la labor de historiadores de filiación marxista, quienes, luego de la experiencia fallida de los socialismos históricos, buscan en el marxismo fundante  los recursos para contribuir al desarrollo de la ciencia histórica, a la vez que deslindan con los “vulgarizadores” y “distorsionadores” de la teoría de Marx en el materialismo histórico.
1.HISTORIA A DEBATE
Es una tendencia historiográfica que constituye una respuesta de deslinde con el activismo postmodernista subjetivista y los remanentes del positivismo objetivista, planteando la recuperación de la autonomía histórica, pero al mismo tiempo la apertura disciplinaria a las innovaciones teórico-metodológicas, lo que le da un carácter plural. Historia a Debate aparece con el primer Congreso Internacional de Historia desarrollado en Santiago de Compostela (España), en 1993, cuando la última generación de la Escuela de  los Annales sucumbía ante los encantos del  postestructuralismo y postmodernismo. Temas centrales de dicho congreso fueron el papel de las “nuevas historias”, surgidas en los años 70, y las implicancias de la tesis de “el fin de la historia” en el ámbito de las teorías de la historia. Después en 1999, se realizó un Segundo Congreso Internacional de Historia a Debate, mucho más impactante que el primero. Se retoma temas historiográficos relativos a las décadas antecedentes, con los que se refleja, por una parte, diversas posiciones políticas e ideológicas de los participantes, pero también, por otra parte, la disconformidad con la historiografía anterior y las preocupaciones por recuperar la visión totalizadora de la sociedad. El historiador español Gonzalo Pasamar que comenta sobre los resultados de este segundo congreso registrados en las actas correspondientes, expresa: “La filosofía histórica de referencia es bastante plural y esta marcada por muchos matices. Podemos hablar desde posiciones marxista-leninistas hasta la teoría del campo de experiencia y “horizonte de expectativa” del historiador y filósofo Reinhandt Koselleck, pasando por abundantes referencias a la historia de la sociedad”. El mismo Pasamar destaca las referencias favorables al postestructuralismo por parte de Antonio Garcia León, cuando sostiene que “no existe una frontera clara entre el discurso de ficción y las diversas formas del relato histórico”; o la defensa de la importancia de la “metaficción historiográfica” por Pedro A. Piedras, un género emparentado con la novela histórica e influido por la crítica literaria postmoderna. Pero Pasamar destaca también las ponencias sobre el compromiso social del historiador, la historia total en tiempos de globalización, la discutida “microhistoria” y la enseñanza de la historia. (Pasamar 2000).

Después del Segundo Congreso y como resultado del mismo, aparece la publicación en red del Manifiesto Historia a Debate, el 11 de setiembre del 2001, en el cual la tendencia ratifica su propósito de configurar “un paradigma común y plural de los historiadores del siglo XXI”. De este Manifiesto que contiene 18 propuestas metodológicas, historiográficas y epistemológicas, glosamos las siguientes:
* “Ha llegado la hora de que la historia ponga al día su concepción de ciencia abandonando el objetivismo ingenuo heredado del positivismo, sin caer en el radical subjetivismo resucitado por la corriente postmoderna a finales del siglo XX”.
*“Una nueva erudición que se apoya con decisión en el conocimiento no basado en fuentes que aporta el investigador. La historia se hace con ideas, hipótesis, explicaciones e interpretaciones, que nos ayudan además a construir/descubrir las fuentes”.
*“La aceleración histórica de la última década ha reemplazado el debate sobre el “fin de la historia” por el debate sobre los fines de la historia”.
*“El primer compromiso político de los historiadores debería ser reivindicar, ante la sociedad y el poder, la función ética de la historia, de las humanidades y de las ciencias sociales, en la educación, de los ciudadanos y en la formación de las conciencias comunitarias”.

Historia a Debate es un grupo de profesionales de historia vinculados a través del sistema red, empeñado en destacar el compromiso social del historiador y los fines y utilidad de la historia como ciencia y, relativamente plural y flexible en sus convicciones respecto de la continuidad de la sociedad capitalista, lo que los diferencia de los otros historiadores de tendencia crítica y marxista. Su principal promotor y coordinador del grupo, el español Carlos Barros, se autoreconoce que políticamente viene del marxismo, pero historiográfica y académicamente ha sido un fruto de Annales. Es decir que en su propia declaración indica que no asimiló la concepción materialista de la historia, sino que optó por una tercera posición.

2. LA HISTORIA CRÍTICA.
Otra tendencia que trabaja por la construcción científica de la disciplina histórica es la denominada “historia crítica” impulsada por el mexicano Carlos Antonio Aguirre Rojas (1955), el norteamericano Inmanuel Wallernstein (1930) y el británico Eric Hobsbawm (1917). Aguirre Rojas en su Antimanual del mal historiador o como hacer una buena historia crítica (obra para cuestionar las ideas sobre lo que es y debería ser la historia), sostiene que el hecho de explicar “...por qué la historia que aconteció lo hizo de esa forma y no de otra –una tarea primordial del historiador crítico– implica demostrar las otras diversas formas en que pudo haber acontecido, explicando a su vez las razones por las cuales, finalmente, no se impuso ninguna de esas otras formas, igualmente posibles, pero al fin de cuentas no actualizadas” (Aguirre Rojas 2002: 42). Con tales ideas Aguirre Rojas formula la siguiente noción de historia crítica “... una historia vista desde el ángulo de totalidad, con perspectiva dialéctica, que recorrerá ágilmente los niveles de la totalización sucesiva del tema investigado, a la vez que disolverá toda positividad o afirmación histórica en su caducidad negativa y en su lado malo, para hacer saltar siempre el carácter contradictorio y dialéctico de los problemas que aborda”. (Ob.cit: 62)

La propuesta de una historia crítica, siguiendo el texto en referencia, tiene sus orígenes en la coyuntura de 1848-1870, con el proyecto fundacional marxista, del cual obtiene el siguiente legado:
a).El desarrollo de una ciencia de la historia que en la investigación de los acontecimientos y procesos establezca regularidades, defina tendencias y formule leyes. b).El reconocimiento de los actores colectivos de la historia. c).La relación entre las condiciones materiales de existencia y los fenómenos de la “conciencia y las sensibilidades sociales”. d).Las conexiones entre el hecho y las totalidades que la condicionan y determinan. e).La visión dialéctica de hechos y procesos sociales, f) La actividad crítica y contestataria frente a los otros discursos.

La historia crítica en su trabajo científico abierto y siempre perfectible, reconoce también los aportes innovadores de la corriente annalista (1929-1968), tales como:

a).El método comparativo que al determinar tendencias y regularidades entre los hechos y procesos, conduce a la elaboración de leyes explicativas. b).La concepción de la realidad única y multidimensional que fundamenta la historia global. c).La historia-problema, momento culminante y punto de partida. d).La historia abierta o en construcción, enriquecida con el aporte de las ciencias sociales. e).El análisis histórico de los tres niveles del tiempo; acontecimiento, coyuntura y estructura.

Asimismo rescata el aporte de la “historia de las mentalidades” de la cuarta generación de los annales; la reconstrucción de una historiografía desde la perspectiva de las clases populares, que promociona la historia marxista y socialista británica; la microhistoria generada en Italia y el paradigma de la unidad planetaria del sistema – mundo capitalista.
Con el propósito de sistematizar el trabajo histórico con orientación crítica, Aguirre Rojas pone en cuestión siete actitudes erráticas del historiador, que revelan una labor carente de cientificidad: El positivismo que se limita a la actividad erudita, sin pasar a la explicación y la interpretación históricas; igualmente el anacronismo, la noción del tiempo lineal y la limitable idea de progreso; además la actitud acrítica frente a los hechos; el mito repetido de la búsqueda de la objetividad y la neutralidad y,  la concepción del postmodernismo nihilizador.
Tanto Aguirre Rojas como Wallernstein y Hobsbawm promueven la historia científica, crítica y comprometida con las demandas del presente; en esta perspectiva abordan los grandes intereses económicos colectivos, los grandes movimientos sociales, las diferentes expresiones de la lucha de clases y las diversas expresiones de la cultura popular en relación a los contextos que son sus condicionantes. Los tres historiadores han asumido la noción del tiempo social-histórico compuesto por múltiples duraciones, vale decir tiempo complejo diverso y variable que supera al tiempo lineal, constante y siempre idéntico, propio de la mentalidad positivista. De aquí su periodización de los siglos históricos sustituyendo a los siglos cronológicos, de acuerdo a la duración de los procesos históricos. Por ejemplo el corto o breve siglo XX determinado por el proyecto de construcción del socialismo que se inicia entre 1914-1917 con el triunfo de la revolución rusa, y concluye en 1984-1991 con la caída del muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética. A su vez el largo siglo XX que comprende el tiempo de la hegemonía capitalista norteamericana desde 1870 hasta probablemente 2030 o 2050, según las tendencias de duración de este fenómeno.
Aguirre Rojas, además del Antimanual ya citado, ha escrito América Latina en la encrucijada, Retratos para la historia; Chiapas, Planeta Tierra; La historiografía en el siglo XX. Asimismo dirige la revista Contrahistorias.
Inmanuel Wallernstein, ha escrito Crítica del Sistema-mundo capitalista; El moderno sistema mundial (3t.); El futuro de la civilización capitalista; Utopística, opciones históricas al siglo XXI. Una de sus tesis principales es que el Estado-nación o sociedad nacional no debe ser la unidad de análisis para explicar los fenómenos sociales, más bien el sistema-mundo es el marco pertinente. Tesis que nos remite a la economía –mundo de Braudel como el sistema económico y cultural influyente en una enorme área geográfica.
Desde la vertiente marxista Wallernstein ha sido criticado porque no pone de relieve la lucha de las clases sociales y su variante política. Más bien, el sociólogo norteamericano dirige su atención a las relaciones entre naciones centrales y semiperiféricas, las primeras que explotan económicamente a las segundas.
Eric Hobsbawm se destaca por su tetralogía: La era de la revolución 1780-1848, La era del capital 1848-1875, La era del Imperio 1875-1914, La era de los extremos. El corto siglo XX 1914-1991. Además Años interesantes, una vida en el siglo XX. Desde su filiación marxista contempló la crisis de la política ciudadana al culminar el siglo XX, llegando a expresar en un reportaje que a eso que seguimos llamando política, tal vez haya dejado de serlo y que, en el siglo XXI, haya que aprender como se puede hacer política de una nueva forma. “Del mismo modo que algunos se equivocaron al afirmar que la historia había terminado, no quiero equivocarme también yo diciendo que la política ha terminado. Pero creo que la despolitización de grandes masas de ciudadanos es un serio peligro porque puede producir su moralización de formas totalmente ajenas al modus operandi de cualquier tipo de política democrática” (Barletta 2006).

Evidentemente que la afirmación del historiador crítico es universal, y se cumple en nuestro medio fatalmente. Ciudadanos inconclusos, sin formación política, entre improvisados, oportunistas y lumpenescos, están incursionando en esta actividad que es la administración del Estado, como si se tratar de un “negocio” de ocasión. El resultado es la instauración de “gobiernos” de advenedizos, presentistas y no representativos de los objetivos sociales y nacionales, lo que a todas luces vulnera o posterga la construcción de la denominada “gran transformación”. La preocupación de Hobsbawm, común a todos los historiadores críticos, nos lleva a replantear la educación ciudadana y la profesionalización de la política.

3. HISTORIADORES LATINOAMERICANOS DE LA VERTIENTE DEL
    MARXISMO FUNDANTE.
Nos referimos a los profesionales que hacen pública su filiación marxista, independiente de quienes asumieron el materialismo histórico oficial durante la Unión Soviética y los otros Estados del socialismo burocrático, y que más bien optaron por una crítica respecto al dogmatismo y el revisionismo. Actualmente, frente a la escalada postmodernista, vienen aportando una historia alternativa con la convicción que la hacen a favor de los que nunca la escribieron;  porque en  esencia  la historia se ha escrito por mandato de los vencedores (se entiende opresores), por ser el discurso oficial que justifica el orden establecido.
Renán Vega Cantor, colombiano, en su ensayo Teoría Marxista de la historia, expresa de manera categórica: “Conviene aclarar que se trata de diferenciar entre la concepción de Marx y Engels, la tradición del marxismo clásico, y la de los vulgarizadores que esclerotizaron la teoría de Marx. La diferencia es significativa, pues hay quienes sostienen que, a raíz de los sucesos de Europa Oriental, todo el pensamiento marxista de Carlos Marx en adelante, ha demostrado su fracaso y que, por consiguiente, como paradigma teórico ha muerto. Así olímpicamente se despacha el pensamiento original del fundador del Materialismo Histórico confundiéndolo con el del marxismo vulgar o catequístico, como si fueran idénticos y como si Marx no hubiera nada que decirle al mundo actual” (2006). Vega Cantor tiene entre otras obras a Marx y la historia después del fin de la historia.
Roberto López Sánchez, venezolano, copartícipe del marxismo fundante, sostiene: “El marxismo no es un dogma sino una guía para la acción (...). Pero es imprescindible partir de los postulados teóricos originales, al momento de cualquier debate sobre el socialismo”. (López 2006a). Sostiene también que cada época histórica y cada interés de clase influye  de diversas maneras en la forma de orientar los estudios históricos, lo que condiciona la objetividad del conocimiento. Argumenta en su ensayo sobre Historia y objetividad: “Cualquier proyecto de desarrollo político, económico social y cultural para nuestros países no puede seguirse fundamentando en la visión histórica que la burguesía instituyó durante ciento cincuenta años, pues es obvio que las conclusiones de esa historia esta destinada a garantizar la continuidad de la dominación económica y la opresión política sobre las grandes mayorías sociales”. (López 2006). López es autor de El protagonismo popular en la historia de Venezuela; además de Una perspectiva actual del socialismo.
Luis Vitale, argentino nacionalizado chileno, por su identificación socialista sufrió prisión y torturas por orden del gobierno golpista del General Pinochet. Vitale se dedicó extensamente a la historia de América Latina y de Chile. De sus obras citamos: Historia General de América Latina (9 tomos),  Interpretación marxista de la historia de Chile, y el importante trabajo sobre aspectos gnoseológicos, epistemológicos y metodológicos bajo el título Introducción a una teoría de la historia para América Latina. Aquí, en esta obra, plantea que “las categorías del materialismo histórico, manejados con un criterio eurocéntrico, deben ser recreadas a la luz de la realidad latinoamericana”, por lo que procede a efectuar algunas precisiones en el manejo de las categorías concretas sociedad-naturaleza, modo de producción, desarrollo desigual y combinado (categoría  que fue el eje epistemológico central en el proceso de elaboración, de su Historia General de América Latina); además las categorías plusvalía,  dependencia, clase, sujeto social y Estado-nación. También aborda el problema de la verdad, el problema de la imposibilidad de establecer leyes en el desarrollo social al estilo de las ciencias naturales. De aquí su interrogante ¿Leyes o tendencias de la historia?. Por toda respuesta se inclina por la búsqueda de las tendencias y regularidades, tales como el desarrollo multilineal y la lucha de clases.
Luis Vitale  también formula una interesante periodización de la historia latinoamericana; obviamente  contempla la instancia internacional capitalista. En este aspecto advierte que toda periodización conduce a la unilateralidad por su aplicación  esquemática, como lo hizo “el dogmatismo sedicente marxista” que “encasilló” la historia  en modos sucesivos de producción” que “obligadamente debían reconocer todos los pueblos”. Citando a Lenin expresa: “Ningún marxista ha visto jamás  en la teoría de Marx una especie de esquema filosófico-histórico obligatorio para todos”.
Acotemos aquí que a inicios de la década del 70 el peruano Virgilio Roel Pineda, en su Esquema de la evolución económica, diferenció que para Marx el materialismo histórico era un método abierto, mientras que para Stalin su aplicación era rígida: “se trataba o de  interpretar la historia o de adecuarla a los principios esquemáticos preexistentes” (Roel, 1971: 19). Por su parte Agustín Barcelli, también de nacionalidad peruana, en el prólogo a su Breve historia económico-social del Perú (4 vol), refiere que la interpretación unilineal impuesta por Stalin en 1931 (eliminando el modo de producción asiático), determinó que los teóricos del marxismo “oficial” se expresarán como O. Kousinen: “La totalidad de los pueblos recorren en líneas generales, un mismo camino (....) mediante una sucesión consecutiva, sujeta a leyes, de las formaciones económico-sociales.”  Contrariamente Barcelli opta por la interpretación “multilineal”, lo que implica tomar a los modos de producción “como medios de análisis y no como etapas cronológicas” (Barcelli, 1981:8).
El tiempo ha pasado, pero las afirmaciones del dogmatismo que las sociedades en su desarrollo deben seguir necesariamente el curso unilineal de sucesivos modos de producción, no se han cumplido. Ahí están la sociedad rusa y las sociedades de otros países de Europa del Este, donde el progreso no ha sido lineal, ininterrumpido ni irreversible, todo lo contrario. Y esto no hace más que corroborar que la razón no estaba  en la “interpretación” unilateral de la teoría marxista, sino en la interpretación  multilateral.

OTRAS EXPRESIONES

Otros estudiosos latinoamericanos cuyo trabajo se ubica en la perspectiva del marxismo fundante son los argentinos Milciades Peña y Luis Bilbao; los brasileros J. Luis Marques y Pablo Pozzi; el Venezolano Germán Carrera y el Mexicano Manuel Aguilar Mora.
Los historiadores en referencia, aún con  grandes dificultades por el descrédito de los socialismos históricos y la distorsión de la teoría, transitan por el nuevo siglo con sus estudios de análisis y crítica de la sociedad capitalista y con propuestas para la gran transformación social revolucionaria; porque en el centro de su praxis está presente el fenómeno y el principio de la lucha de clases. La historia como totalidad  la hacen los seres humanos que se desarrollan en determinadas condiciones de existencia. Estos seres humanos ocupan posiciones de clases  en conflicto por la diferencia de intereses, lo que se expresa en la acción de las clases dominantes que pugnan por mantener el orden establecido y en las clases dominadas insurgiendo por abolirlo. Para estos historiadores son los conflictos y las crisis en la sociedad y el Estado del presente, donde se hacen visibles el desarrollo y los resultados de la lucha de clases, y donde se constituyen las condiciones objetivas y subjetivas para lo porvenir.
CONCLUSIONES
PRIMERA.-El manejo de criterios epistemológicos, axiológicos y metodológicos, es condición básica para avanzar de una actividad empírica historizante, descriptiva y vulnerable por las ideologías, a una historia que  se construye como disciplina científica. 
SEGUNDA.-La historia científica, tiene un carácter crítico e interpretativo, lo que implica una doble dimensión: la interna de su construcción científica, la externa de su aplicación social.
TERCERA.-La historia científica,  asume una actitud cuestionadora frente a la “era del capitalismo globalizado” y su ideología “la postmodernidad”, promueve un discurso con nuevas herramientas para una mejor aprehensión del pasado, y pre anuncia la construcción de un futuro a favor de la condición humana.

BIBLIOGRAFÍA
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